La venda
Debía levantarse, ya sería tardísimo y tenía tanto por hacer…,la casa estaba revuelta y había mucho que limpiar todavía…hizo un débil esfuerzo por incorporarse pero no consiguió apenas moverse, “me quedaré un ratito más así” se dijo. Hoy tenían cena, vendrían unos amigos a casa, un matrimonio joven. Él era compañero de su marido en la consultoría y ella su joven esposa; parece ser que hacía unos meses que había empezado a trabajar en su departamento, debido a los cambios operados últimamente en la firma, “redistribución de recursos” repetía su marido, y en seguida había hecho muy buenas migas con Isidro. Aún le quedaban un millón de cosas por hacer, tenía que programarse bien para que todo fuese perfecto: la pata de cordero esperaba en el frigorífico, la cita pedida en la peluquería y habría que maquillarse y arreglarse un poco ya que iba hecha un desastre; pero necesitaba que lo de esta noche saliera bien, hacía algún tiempo que Isidro no traía nadie a casa y ella creía que estaría bien, por variar, tener a alguien con quien hablar de cosas de chicas. Antes hablaba muy a menudo con su hermana Ángela y tomaban café juntas, ahora hacía tres meses que apenas cruzaba palabra, habían discutido y ya todo se reducía a varias frases de protocolo cuando se cruzaron en un par de ocasiones por compromisos familiares. Cuando lo pensaba le daba mucha pena aquella situación, ella la quería a rabiar y la había cuidado como a una hija. En su juventud la vida había sido muy injusta con ella, pues le arrebató de un golpe a su madre, tras una penosa enfermedad, y  su adolescencia, empujándola a cuidadora de tres hermanos menores que no daban precisamente facilidades sino bastante trabajo y requerían mucha atención para procurar minimizar sus trastadas. En su época de colegios, tampoco había destacado por ser una excepcional estudiante, más bien iba pasando cursos sin pena ni gloria. La pérdida de su madre, le ahorró el dilema de qué hacer con su vida o qué carrera estudiar. Su padre decidió por ella: ayudaría en la tienda de telas de su tía y cuidaría a sus hermanos, necesitaban el dinero en casa y los chiquillos no podrían valerse solos. Ella no protestó, tampoco le parecía mal, en el fondo se había sentido aliviada de saber qué iba a hacer los próximos años. Así transcurrió su vida mientras sus hermanos iban creciendo y aprendiendo a valerse por sí mismos, convirtiéndose en unos jóvenes estupendos y cariñosos. 
Unos años después, conoció a Isidro, en seguida se enamoró locamente de él, era un chico muy guapo y además tenía como un halo, un aura especial  que lo hacía ser escuchado y respetado por todos los que le rodeaban; Le pareció inalcanzable para sus posibilidades y supuso que el acercamiento que había hecho aquella noche en la fiesta de cumpleaños en casa de Ana, su amiga, se debía a algún tipo de broma y que no escondía ninguna intención ulterior. O a lo sumo un intento por su parte de conseguir sexo con una joven atractiva a la que no conocía de antes y no tenía intención de seguir conociendo después. A ella esta posibilidad no le resultaba desagradable, pero dada su natural timidez tampoco lo demostraría. Así que se sorprendió bastante cuando tras varios bailes, alguna risa y un ofrecimiento de llevarla a casa, se encontró realmente ante su portal, con dos besos de despedida en la mejilla y la frase “ya nos veremos” resonando en sus oídos. Hasta en eso era Isidro especial, no había intentado sobrepasarse ni lo más mínimo. Tendría muchos defectos, pero era todo un caballero. Así que cuando dos días después sonó su teléfono invitándola al cine, sabía que la cosa iría en serio. Tanto que la llevaría a casarse unos meses después, de blanco y con todos los complementos que exige la tradición y las expectativas de familiares y vecinos. Fueron los años más felices de su vida, Isidro era un cielo de hombre, tan atento y cariñoso que parecía el producto de un cuento de hadas. Él progresaba en su trabajo y ella tenía, al fin, tiempo para sí misma. Solamente había una cosa que cambiaría de él, cuando bebía en exceso se volvía muy pesado y acostumbraba a levantar la voz. Parece que perdiera todo su encanto y se transformase en otra persona; por suerte esto ocurría en muy contadas ocasiones. Precisamente fue en una ocasión en la que su hermana Ángela había venido a cenar a casa e Isidro había bebido, cuando comenzó el distanciamiento con su hermana. Él había sido generoso con el licor y su hermana también había bebido alguna copa de más, así que la discusión estaba garantizada. Ella intentó mediar, pero lo único que consiguió fue que Ángela creyera que defendía a su marido, marchándose enfadada y que Isidro se fuera alterando cada vez más. No había manera de calmarlo y cada razón que ella daba para tranquilizarlo se convertía en un arma que él volvía en su contra; comenzó por reprocharle que ya apenas se arreglaba para él, que iba y venía por la casa como una sombra y que pareciera que no le importaba ya gustar a su marido. Trató de defenderse alegando que era muy tarde, que estaban cansados y que había tenido mucho trabajo estos días arreglando la habitación pequeña, esa estancia que ella siempre había aguardado que fuese para el primer hijo que tuvieran, lo había imaginado en su cunita rodeado de  peluches y de artilugios colgados de una lámpara llamando la atención del pequeño, pero pronto vio que Isidro no era partícipe de ese plan, no le gustaban los niños, eran demasiado ruidosos y difíciles de controlar, prefería tener mascota, le había comentado en una ocasión. Ahora, ella misma, estaba pintándola y redecorándola de nuevo como un pequeño despacho que también podía hacer la función de sala de música, pero estas explicaciones sobre su falta de tiempo a Isidro tampoco convencieron. Entonces optó por ignorarlo y comenzó a recoger la mesa, él la agarró por la muñeca con fuerza haciéndole daño, ella intentó zafarse lo que no consiguió, y su tirón se resolvió con una bofetada de su marido que la sorprendió tanto como la asustó. Aquello fue un punto de inflexión en su relación, ya nunca podría quitarse esa desagradable sensación de la cabeza cuando lo veía alterado y él por su parte parecía que se transformaba cuando estaban a solas y notaba su distanciamiento. Ella suponía que se culpaba a sí mismo, pero lo cierto era que se había vuelto más reservado y huraño. Al volver a encontrarse con  su hermana y contarle lo sucedido, Ángela había insistido en que Isidro necesitaba ayuda profesional, que veía que tenía tendencias violentas e incluso llegó a predecir que terminaría agrediéndola seriamente. Esto era más de lo que podía soportar y terminaron enfadadas. No entendía que su hermana pudiera juzgar tan a la ligera a su marido sin apenas conocerle o al menos no como ella le conocía. Una cosa era tener un momento de debilidad, digamos, y otra bien distinta pensar en una agresión física. Además si tenía que soportar alguna palabra malsonante o algún feo gesto por su parte lo haría de buena gana, al fin y al cabo él había hecho mucho por ella y no era cuestión de ponernos ahora exquisitos; un matrimonio tiene que estar a las duras y a las maduras. Esta discusión con su hermana fue la última vez que ambas hablaron con confianza. Su rutina se había vuelto más solitaria y apenas cambiaba unas frases vacías con su marido. Se alegró cuando él la avisó que tendrían visitas a cenar, que procurase arreglarse un poco y que la casa estuviera en perfecto estado. Lo soltó sin rastro de emoción, como una orden militar. Ella asintió para dar a entender que había comprendido el mensaje y que estaba de acuerdo aunque daría igual si no lo estaba. Se ocupó el día anterior de comprar lo necesario para preparar la comida más alguna otra compra que tenía pendiente. 
El sueño parecía vencerla de nuevo y también descubría un fuerte dolor de cabeza que amenazaba con estropearle el día. Realmente no era de extrañar que tuviera sueño, esa noche apenas había dormido. Se tocó un costado que le dolía, pero no le dio más importancia. La noche anterior Isidro había regresado de nuevo tarde y parecía malhumorado, había estado bebiendo. No quiso apenas probar bocado y se sirvió una generosa ración de licor delante del televisor. Ella se fue para cama esperando que él se acostase también, pero no lo hizo. Preocupada se levantó en la madrugada y vio que se había quedado dormido en el sofá con la botella vacía a sus pies. Le ayudó a levantarse y a irse para la habitación entre sus protestas. Lo sentó en el borde de la cama lo descalzó y tiró de sus pantalones hasta quitárselos, “crees que no sé lo que está pasando” le escuchó decir mientras lo hacía. Cuando se incorporó para llevarle la cabeza hasta la almohada le sorprendió el puñetazo en medio de su abdomen. El insulto que lo acompañaba llegó medio segundo después; el golpe la lanzó contra la cómoda, haciendo caer los retratos de boda que desde allí los contemplaban. Luego, se desplomó en el suelo, Isidro la levantó con facilidad, le dedicó un nuevo insulto, cogió un abrecartas de plata del juego que la tía Marta les había regalado y se lo clavó en el costado, notó como entraba en ella hasta  en tres ocasiones. Se desplomó encima de la cama mientras él recogía sus zapatos y se iba del cuarto.
Debía levantarse, ya sería tardísimo y tenía tanto que hacer…escuchó una música familiar y le pareció reconocer la voz de su madre llamándola a lo lejos, como cuando la atendía en su enfermedad. Estaba cansada y le costaba tanto respirar que se dejó vencer para siempre por el sueño.
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