El sentimiento infinito.
El índice derecho recorrió la palma de su mano suavemente
mientras se resistía a mirarlo, sabía que ya era hora de separarse pero le
dolía hacerlo; mientras no levantase la vista
podría retenerlo a su lado, al menos,
unos instantes más; finalmente y con una disimulada mueca de desagrado alzó su
ojos hacia el rostro del joven que estaba sentado con ella en la terraza apenas
rozada por unos ineficaces rayos del sol de enero. Eran los
únicos usuarios de ese lugar, y no era nada extraño debido a lo desapacible del
día, la gente pasaba con prisa y apretándose con fuerza las prendas
de abrigo, aunque ellos parecían disfrutar de toda la eternidad para
contemplarse. Tenía la extraña sensación de conocerlo desde siempre a pesar de
que apenas hacía unas horas que se habían cruzado por primera vez, supongo que
les pasa a todos los enamorados, se dijo sonriendo y su mente voló al momento
que se fijó en él por primera vez: en medio de una multitud que caminaba como protesta ante un nuevo intento de la
clase política local de hacer negocio con los servicios básicos de los
ciudadanos; le llamó la atención su inusual manera de caminar y la ausencia del
imprescindible paraguas en la lluviosa tarde que sufrían. La lluvia resbalaba
por su rostro impasible y su expresión era más curiosa que atraída cuando sus
miradas coincidieron. Caminaron juntos unos pasos, en silencio, y nuevamente
sus cabezas giraron al unísono para contemplar al otro. Una sonrisa brotó involuntaria
del rostro de Lucía y fue contestada de igual manera, lo que inició un esbozo
de saludo y un intercambio de datos básicos, típicos de situaciones similares a
ésta. Se sorprendió a sí misma embobada por la presencia masculina, sintiéndose
tan atraída como había leído en aquellas novelas que cuando adolescente
devoraba con fruición; no solamente su rostro la cautivaba, también su voz le
pareció extraordinaria, gruesa, con carácter y personalidad… además era un
hombre discreto, no le gustaban los hombres que parloteaban sin parar
intentando impresionarla con sus vivencias, sus opiniones o sus posesiones.
Parecía conjugar perfectamente ese matiz
de indiferencia y atracción que tanto enamora a algunas mujeres. Y aunque no
parecía recién duchado sí que desprendía un intenso y varonil aroma. Le
gustaban a Lucía los hombres que sabían cuidarse y que olían bien.
Tras la marcha multitudinaria continuaron caminando
lentamente, en un paseo donde ella compartió gran parte de su vida y sus
ideas mientras él se mantenía en un
plano secundario y apenas aportó datos personales. Confesó el hombre llevar poco tiempo en la ciudad y
que no tenía trabajo, su aspecto parecía confirmar la ausencia de grandes
recursos económicos ya que vestía de modo sencillo y no exhibía joyas ni reloj.
Tampoco anillo, se dijo ella con un puntito de gozo. Dijo llamarse Santiago y
desconocer por cuánto tiempo permanecería en la ciudad. Terminado el paseo
hasta el apartamento de Lucía, se despidieron delante del portal con un
sencillo roce de manos y la promesa de encontrarse allí mismo al día siguiente.
Al otro día, cuando Lucía salió de su portal se lo encontró
apoyado en una de las columnas de piedra que formaban los soportales que
decoraban la calle al tiempo que ofrecían el cobijo tan necesario en estas húmedas latitudes.
Lo saludó alegre y él devolvió la sonrisa con unos ojos que derramaban ilusión.
Fue un día inolvidable para ambos donde caminaron y conversaron, pero sobre todas las cosas, se miraron; se
miraron como solamente lo hace la gente enamorada, una mirada donde Lucía se
percató de la inmensa belleza de su acompañante, una mirada donde ella creyó
descubrir un infinito de estrellas
poblando sus pupilas, una mezcla de eternidad y tristeza que la hizo temblar.
Al notar su estremecimiento, él apretó con fuerza sus manos frías y ella se
inclinó para besarle, lo que sorprendió inicialmente al muchacho. Fue el
pistoletazo de salida para una sucesión de besos dulces e inocentes, como dados
entre niños que descubren el amor por primera vez. Esa tarde llegaba a su fin y
ella odiaba tener que irse a recoger a su hermana a la estación de tren, pero
así se había comprometido y no podía ahora faltar a su palabra. Se levantó, se
reclinó sobre el rostro de Santiago para besarle y se sorprendió al oír de su
propia voz un “te quiero” por encima de una hermosa canción cubana que provenía del
local; luego se alejó apurada, y casi avergonzada, entre los viandantes.
Santiago la contempló mientras desaparecía calle abajo
quedándose sentado y pensativo; sabía que estaba experimentando sensaciones
desconocidas, que la situación lo superaba pero…no podía dejar de sentir que su
corazón latía más deprisa cerca de Lucía y que su respiración se agitaba sin
más motivo que la cercanía de la hermosa joven. Apuró el vaso de agua que había
pedido y se alejó de aquel lugar. Caminó largo rato alejándose de la zona más
turística de la antigua ciudad hasta llegar a una valla de madera que protegía
un solar donde las obras antaño comenzadas hacía tiempo habían sido
suspendidas. Se coló dentro por un agujero de la valla y se adentró en la
parcela, donde descansaban dos grandes contenedores metálicos idénticos al pie
del esqueleto inacabado de la construcción. Entró en el contenedor que estaba más
limpio cerrando la puerta tras de sí. Lo que ocurrió a continuación es muy
complicado de relatar y de ser entendido desde una óptica humana, pero
intentaré que quede claro.
Una vez dentro del “contenedor” Santiago comenzó a recuperar
su forma biológica primaria, una forma de vida basada en dos gases primigenios
que no se encuentran en esta parte de la Vía Láctea. Tienen estos gases unas
propiedades excepcionales de resistencia y capacidad de almacenamiento
eléctrico, lo que le permite adoptar formas diversas y diferentes tamaños. Pueden asimismo modificar su densidad lo que
facilita las cosas a la hora de sujetar objetos y de establecer contacto con
seres cuya estructura esté basada en el carbono o en el silicio. Su manera de
expresarse suele ser mediante una especie de melodías que brotan de forma
natural de su cuerpo según sea el sentimiento que quieran compartir. Faltándome
tiempo para una explicación más extensa y conocimientos para una más clara,
diré que “Santiago” podía haberse presentado con la apariencia que hubiese deseado,
tanto de animal, humano u objeto inanimado.
Cuando su módulo aterrizó tan suave como silenciosamente a
las afueras de la ciudad y una vez mimetizada con su entorno copiando la estructura metálica más cercana,
procedió sho**123^^ (este era su verdadero nombre) a estudiar los datos
acumulados sobre el planeta. Variedades de vida, apariencia de los pobladores
dominantes, formas de comunicación local
y una vez se hubo familiarizado con todo ello en un grado razonable, procedió a
escanear la zona buscando un individuo al que copiar su apariencia. Dado lo
intempestivo de la hora y la acritud del clima gallego, esperó durante un buen
rato en vano. Así que volvió a escanear la zona y optó por copiar la apariencia
de un bello espécimen que semidesnudo desde una valla publicitaria prometía
cambios muy positivos al que utilizase un perfume que sostenía en sus manos.
Comprobó que los medios radiofónicos locales transmitían consejos y diversión y
adaptó sus sonidos a la voz que le pareció más respetada. Completada la
mutación procedió a salir de su cubículo, aunque le costaba bastante
desplazarse con este sistema bípedo rudimentario que utilizaba en el planeta la
especie dominante, se dijo que al cabo de unas horas iría afinando la técnica y
así se lanzó a las calles a investigar y recoger información para su informe
rutinario. Lo primero que le llamó la atención fue un cartel informativo
cercano a su zona de aterrizaje: Santiago de Compostela.
Había establecido contacto con varios seres que lo
observaban extrañados al verle caminar de forma extraña y por ropaje únicamente
unos pantalones de pinzas. Para sho**123^^, acostumbrado a padecer temperaturas
extremas, no suponía esfuerzo alguno aquella desnudez pero entendió que no era
lo más adecuado para una correcta labor de exploración discreta. Le resultó
sencillo apropiarse de los ropajes que una figura con forma humana vestía
detrás de un cristal transparente y así, más seguro de pasar desapercibido,
continuó su labor de exploración. No le parecieron muy interesantes los humanos
con sus hábitos extraños, sus necesidades de alimento y descanso diario y unos
sistemas de organización política donde había individuos y colectivos por
encima de sus iguales, aprovechándose de su esfuerzo y consiguiendo mejores
servicios y más brillantes pertenencias. Todo ello en un sistema con un frágil
equilibrio social y un ritmo suicida de destrucción del entorno natural. Nada
le había cautivado realmente hasta que en aquella muestra de desencanto
colectivo observó una forma de vida que lo miraba, sintió curiosidad y se
acercó a ella cautamente. Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo sintió el
profundo estremecimiento de todos los componentes de su anatomía. Nunca había
notado ese tipo de respuesta ni creía estar preparado para tal situación.
Apenas pudo articular varias frases con sentido y cuando ella, tras un
encantador paseo, se refugió en su
vivienda, él no pudo más que quedarse quieto durante horas enfrente de su
portal, esperando que volviese a aparecer. La jornada que siguió fue el
episodio más maravilloso que había experimentado en su existencia. Notó, con
claridad, la cercanía del alma de otro ser, un hermanamiento con su esencia,
con sus deseos y anhelos, con sus miedos y flaquezas. Fue consciente en ese
momento que esas sensaciones eran propias de la estructura física que había
adoptado y que no podría vivirlas con su forma original. El tiempo se le pasó
con engañosa rapidez y regresó a su
módulo. Sabía que el plazo de la misión expiraba y que debía volver con los
suyos. Había más mundos por visitar, más consejos que transmitir y más informes
que elaborar.
De regreso, envió con celeridad el informe preliminar donde
recomendó claramente no invadir el planeta, aguardar un plazo de otros cien
ciclos terrestres y volver a evaluar la zona; él mismo se ofrecía como
voluntario para la futura exploración. Comenzó las maniobras para que el módulo
estuviese en condiciones de regresar a la nave que le esperaba detrás de uno de
los planetas de aquel sistema solar y reparó en lo que sentiría Lucía cuando él
no se presentase, al no volver a verle
jamás. Notó su tristeza, pudo sentir su
desconsuelo y la sensación inequívoca de haber sido engañada. Y no podía hacer
nada para remediar esto. Él se marcharía, quizá para siempre, ella se quedaría
de nuevo sola. Lo pensó y mientras alzaba el vuelo de forma invisible para los
ojos humanos notó como unas gotas de agua salada brotaban de sus ojos de forma
incomprensible haciendo sonar los acordes de Ojalá de Silvio Rodríguez.