viernes, 7 de febrero de 2014

El sentimiento infinito.
El índice derecho recorrió la palma de su mano suavemente mientras se resistía a mirarlo, sabía que ya era hora de separarse pero le dolía hacerlo; mientras  no levantase la vista podría retenerlo a  su lado, al menos, unos instantes más; finalmente y con una disimulada mueca de desagrado alzó su ojos hacia el rostro del joven que estaba sentado con ella en la terraza apenas rozada por unos ineficaces rayos del sol de enero. Eran los únicos usuarios de ese lugar, y no era nada extraño debido a lo desapacible del día, la gente pasaba con prisa y apretándose con fuerza las prendas de abrigo, aunque ellos parecían disfrutar de toda la eternidad para contemplarse. Tenía la extraña sensación de conocerlo desde siempre a pesar de que apenas hacía unas horas que se habían cruzado por primera vez, supongo que les pasa a todos los enamorados, se dijo sonriendo y su mente voló al momento que  se fijó en él por primera vez: en medio de una multitud que caminaba como protesta ante un nuevo intento de la clase política local de hacer negocio con los servicios básicos de los ciudadanos; le llamó la atención su inusual manera de caminar y la ausencia del imprescindible paraguas en la lluviosa tarde que sufrían. La lluvia resbalaba por su rostro impasible y su expresión era más curiosa que atraída cuando sus miradas coincidieron. Caminaron juntos unos pasos, en silencio, y nuevamente sus cabezas giraron al unísono para contemplar al otro. Una sonrisa brotó involuntaria del rostro de Lucía y fue contestada de igual manera, lo que inició un esbozo de saludo y un intercambio de datos básicos, típicos de situaciones similares a ésta. Se sorprendió a sí misma embobada por la presencia masculina, sintiéndose tan atraída como había leído en aquellas novelas que cuando adolescente devoraba con fruición; no solamente su rostro la cautivaba, también su voz le pareció extraordinaria, gruesa, con carácter y personalidad… además era un hombre discreto, no le gustaban los hombres que parloteaban sin parar intentando impresionarla con sus vivencias, sus opiniones o sus posesiones. Parecía conjugar  perfectamente ese matiz de indiferencia y atracción que tanto enamora a algunas mujeres. Y aunque no parecía recién duchado sí que desprendía un intenso y varonil aroma. Le gustaban a Lucía los hombres que sabían cuidarse y que olían bien.
Tras la marcha multitudinaria continuaron caminando lentamente, en un paseo donde ella compartió gran parte de su vida y sus ideas  mientras él se mantenía en un plano secundario y apenas aportó datos personales. Confesó  el hombre llevar poco tiempo en la ciudad y que no tenía trabajo, su aspecto parecía confirmar la ausencia de grandes recursos económicos ya que vestía de modo sencillo y no exhibía joyas ni reloj. Tampoco anillo, se dijo ella con un puntito de gozo. Dijo llamarse Santiago y desconocer por cuánto tiempo permanecería en la ciudad. Terminado el paseo hasta el apartamento de Lucía, se despidieron delante del portal con un sencillo roce de manos y la promesa de encontrarse allí mismo al día siguiente.  
Al otro día, cuando Lucía salió de su portal se lo encontró apoyado en una de las columnas de piedra que formaban los soportales que decoraban la calle al tiempo que ofrecían el cobijo tan necesario en estas húmedas latitudes. Lo saludó alegre y él devolvió la sonrisa con unos ojos que derramaban ilusión. Fue un día inolvidable para ambos donde caminaron y conversaron, pero sobre todas las cosas, se miraron; se miraron como solamente lo hace la gente enamorada, una mirada donde Lucía se percató de la inmensa belleza de su acompañante, una mirada donde ella creyó descubrir  un infinito de estrellas poblando sus pupilas, una mezcla de eternidad y tristeza que la hizo temblar. Al notar su estremecimiento, él apretó con fuerza sus manos frías y ella se inclinó para besarle, lo que sorprendió inicialmente al muchacho. Fue el pistoletazo de salida para una sucesión de besos dulces e inocentes, como dados entre niños que descubren el amor por primera vez. Esa tarde llegaba a su fin y ella odiaba tener que irse a recoger a su hermana a la estación de tren, pero así se había comprometido y no podía ahora faltar a su palabra. Se levantó, se reclinó sobre el rostro de Santiago para besarle y se sorprendió al oír de su propia voz un “te quiero” por encima de una hermosa canción cubana que provenía del local; luego se alejó apurada, y casi avergonzada, entre los viandantes.
Santiago la contempló mientras desaparecía calle abajo quedándose sentado y pensativo; sabía que estaba experimentando sensaciones desconocidas, que la situación lo superaba pero…no podía dejar de sentir que su corazón latía más deprisa cerca de Lucía y que su respiración se agitaba sin más motivo que la cercanía de la hermosa joven. Apuró el vaso de agua que había pedido y se alejó de aquel lugar. Caminó largo rato alejándose de la zona más turística de la antigua ciudad hasta llegar a una valla de madera que protegía un solar donde las obras antaño comenzadas hacía tiempo habían sido suspendidas. Se coló dentro por un agujero de la valla y se adentró en la parcela, donde descansaban dos grandes contenedores metálicos idénticos al pie del esqueleto inacabado de la construcción. Entró en el contenedor que estaba más limpio cerrando la puerta tras de sí. Lo que ocurrió a continuación es muy complicado de relatar y de ser entendido desde una óptica humana, pero intentaré que quede claro.
Una vez dentro del “contenedor” Santiago comenzó a recuperar su forma biológica primaria, una forma de vida basada en dos gases primigenios que no se encuentran en esta parte de la Vía Láctea. Tienen estos gases unas propiedades excepcionales de resistencia y capacidad de almacenamiento eléctrico, lo que le permite adoptar formas diversas y diferentes tamaños.  Pueden asimismo modificar su densidad lo que facilita las cosas a la hora de sujetar objetos y de establecer contacto con seres cuya estructura esté basada en el carbono o en el silicio. Su manera de expresarse suele ser mediante una especie de melodías que brotan de forma natural de su cuerpo según sea el sentimiento que quieran compartir. Faltándome tiempo para una explicación más extensa y conocimientos para una más clara, diré que “Santiago” podía haberse presentado con la apariencia que hubiese deseado, tanto de animal, humano u objeto inanimado.
Cuando su módulo aterrizó tan suave como silenciosamente a las afueras de la ciudad y una vez mimetizada con su entorno  copiando la estructura metálica más cercana, procedió sho**123^^ (este era su verdadero nombre) a estudiar los datos acumulados sobre el planeta. Variedades de vida, apariencia de los pobladores dominantes,  formas de comunicación local y una vez se hubo familiarizado con todo ello en un grado razonable, procedió a escanear la zona buscando un individuo al que copiar su apariencia. Dado lo intempestivo de la hora y la acritud del clima gallego, esperó durante un buen rato en vano. Así que volvió a escanear la zona y optó por copiar la apariencia de un bello espécimen que semidesnudo desde una valla publicitaria prometía cambios muy positivos al que utilizase un perfume que sostenía en sus manos. Comprobó que los medios radiofónicos locales transmitían consejos y diversión y adaptó sus sonidos a la voz que le pareció más respetada. Completada la mutación procedió a salir de su cubículo, aunque le costaba bastante desplazarse con este sistema bípedo rudimentario que utilizaba en el planeta la especie dominante, se dijo que al cabo de unas horas iría afinando la técnica y así se lanzó a las calles a investigar y recoger información para su informe rutinario. Lo primero que le llamó la atención fue un cartel informativo cercano a su zona de aterrizaje: Santiago de Compostela.
Había establecido contacto con varios seres que lo observaban extrañados al verle caminar de forma extraña y por ropaje únicamente unos pantalones de pinzas. Para sho**123^^, acostumbrado a padecer temperaturas extremas, no suponía esfuerzo alguno aquella desnudez pero entendió que no era lo más adecuado para una correcta labor de exploración discreta. Le resultó sencillo apropiarse de los ropajes que una figura con forma humana vestía detrás de un cristal transparente y así, más seguro de pasar desapercibido, continuó su labor de exploración. No le parecieron muy interesantes los humanos con sus hábitos extraños, sus necesidades de alimento y descanso diario y unos sistemas de organización política donde había individuos y colectivos por encima de sus iguales, aprovechándose de su esfuerzo y consiguiendo mejores servicios y más brillantes pertenencias. Todo ello en un sistema con un frágil equilibrio social y un ritmo suicida de destrucción del entorno natural. Nada le había cautivado realmente hasta que en aquella muestra de desencanto colectivo observó una forma de vida que lo miraba, sintió curiosidad y se acercó a ella cautamente. Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo sintió el profundo estremecimiento de todos los componentes de su anatomía. Nunca había notado ese tipo de respuesta ni creía estar preparado para tal situación. Apenas pudo articular varias frases con sentido y cuando ella, tras un encantador paseo,  se refugió en su vivienda, él no pudo más que quedarse quieto durante horas enfrente de su portal, esperando que volviese a aparecer. La jornada que siguió fue el episodio más maravilloso que había experimentado en su existencia. Notó, con claridad, la cercanía del alma de otro ser, un hermanamiento con su esencia, con sus deseos y anhelos, con sus miedos y flaquezas. Fue consciente en ese momento que esas sensaciones eran propias de la estructura física que había adoptado y que no podría vivirlas con su forma original. El tiempo se le pasó con engañosa rapidez  y regresó a su módulo. Sabía que el plazo de la misión expiraba y que debía volver con los suyos. Había más mundos por visitar, más consejos que transmitir y más informes que elaborar.

De regreso, envió con celeridad el informe preliminar donde recomendó claramente no invadir el planeta, aguardar un plazo de otros cien ciclos terrestres y volver a evaluar la zona; él mismo se ofrecía como voluntario para la futura exploración. Comenzó las maniobras para que el módulo estuviese en condiciones de regresar a la nave que le esperaba detrás de uno de los planetas de aquel sistema solar y reparó en lo que sentiría Lucía cuando él no se presentase,  al no volver a verle jamás. Notó su tristeza,  pudo sentir su desconsuelo y la sensación inequívoca de haber sido engañada. Y no podía hacer nada para remediar esto. Él se marcharía, quizá para siempre, ella se quedaría de nuevo sola. Lo pensó y mientras alzaba el vuelo de forma invisible para los ojos humanos notó como unas gotas de agua salada brotaban de sus ojos de forma incomprensible haciendo sonar los acordes de Ojalá de Silvio Rodríguez. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

LAS MIRADAS 

Entraron sacudiéndose en la acogedora cafetería y ella ,abriendo el paso, se dirigió a sentarse en una mesa apartada. Él la siguió con mansedumbre y ambos se sentaron, uno enfrente del otro, después de quitarse sus respectivos abrigos y depositarlos a un lado en la silla que quedaba vacía. Una camarera les tomó la comanda de forma inmediata y les trajo presurosa un café para él y una infusión para ella. Patricia no pudo reprimir una sonrisa amplia al mirarlo cuando quedaron a solas, habían pasado muchos años desde la última vez que se habían visto, lo comentaron y acordaron que se trataba de doce años, toda una vida... Mientras exprimía la bolsita de té rojo, la hermosa mujer guardó un instante de silencio, claramente pensativa, por lo que Néstor le preguntó si se encontraba bien. Claro que estoy bien, contestó. Pero estaba pensando en el día que he tenido hoy...bueno, que hemos tenido ambos. Nos encontramos en las circunstancias más excepcionales que se puede imaginar una y ahora, más tranquilos,  estamos tomando un té como si no hubiera transcurrido el tiempo, como si se hubiera detenido y fuésemos nuevamente unos jovenzuelos que comenzaban su vidas. Él la miraba en silencio y asintió con su cabeza ligeramente mientras sorbía un poco de ese café exageradamente caliente.  
Esa mañana mientras ella estaba haciendo su compra en la pequeña tienda de comestibles de su barrio, y cuando se disponía a pagar en la caja, un individuo con las manos en sus bolsillos entró en la tienda y sacando una navaja la amenazó con el arma mientras exigía al encargado de la caja que le entregase la recaudación para que nadie sufriese daño alguno. Justo en ese instante entró Néstor por la puerta y al percatarse de lo que ocurría se encaró con el nervioso individuo instándole a marcharse para evitar posibles accidentes. El atracador que pareció dudar durante unos instantes, lejos de seguir el prudente consejo, se abalanzó sobre el recién llegado con la clara intención de agredirle ; Néstor esquivó con mucha facilidad el ataque tumbando al desconocido sobre el piso, mientras los testigos se quedaban helados ante el curso de los acontecimientos. Con una rodilla sobre la espalda, un zapato en la muñeca armada y una serenidad envidiable , le dijo al encargado que avisara a la policía entre las quejas y maldiciones del delincuente. Fue en ese momento cuando Patricia lo reconoció con una mezcla de agradecimiento y curiosidad. Luego de dar aviso el encargado salió del mostrador para ayudar a Néstor a retenerlo mientras regalaba al quejoso malhechor una retahíla de insultos y amenazas. Néstor , todavía agazapado, levantó la vista y la fijó en ella, dibujándose una mueca de agradable sorpresa. Las autoridades se presentaron con su habitual estrépito y una vez que esposaron y llevaron al ratero al vehículo, procedieron a tomar  las primeras declaraciones a los testigos. Los policías no pudieron reprimir un ligero reproche por la arriesgada actuación del  robusto hombre y le advirtieron que lo mejor en esos casos era no ofrecer resistencia y bla bla bla... Él no dijo nada,  solamente relató los hechos con naturalidad y entregó su documentación para que hicieran las comprobaciones oportunas. Una vez que se fueron llegó el momento de darse un abrazo e incluso una carcajada de sorpresa e incredulidad por la experiencia recién vivida. Acordaron ir a una cafetería cercana para resguardarse de la lluvia que arreciaba y allí estaban ahora. 
Ella aprovechaba los pocos momentos de la conversación en los que Néstor  contaba algo recordando sus viejos tiempos en la universidad o cuando relataba sucintamente los años vividos desde que perdieron el contacto para mirarlo intensamente, para valorar en qué se había convertido. No se podría decir que era un hombre guapo, quizás sí atractivo o varonil, pero no guapo. Parecía que el tiempo había sido amable con él y concluyó que se veía ahora mucho mejor que una década antes, además vestía de forma impecable con un traje elegante y discreto que le sentaba muy bien. Nunca habían llegado a ser pareja, aunque  sabía que él bebía los vientos por ella. A ella le gustaba su conversación y también se divertían juntos, pero no había llegado nunca a despertar su interés en un sentido íntimo o romántico. Así pues solamente compartieron un par de años coincidentes de etapa universitaria y después de aquello...la distancia.  Ahora, que había pasado un matrimonio errado y alguna otra relación esporádica con señores  perfectamente olvidables, lo veía de otra manera...mucho más interesante, más maduro y confiado. Notó que su mirada se volvía más profunda y también notó que él se daba cuenta. Siempre se había dicho a sí misma que su mejor arma de seducción era la mirada que derramaban sus enormes ojos negros. En un momento de su agradable conversación notó que su mano se había ido a depositar sobre la mano de Néstor, casi sin que ella se percatase, como un movimiento natural, casi imperceptible. Él, notando su gesto, se la agarró con suavidad y la mantuvo durante un par de segundos antes de soltarla. Intercambiaron los teléfonos y tras promesa de llamarse muy pronto salieron del local. Cuando salían de nuevo a la calle un pequeño tropezón con un viandante la hizo tambalearse y los seguros brazos de él la agarraron convirtiendo la despedida en un cálido abrazo. Gracias por todo , susurró ella en su oído, me has salvado. Tú has sido la que me ha salvado a mí, contestó él. Al final podría resultar que un lluvioso y triste día de noviembre podría acabar siendo un inolvidable pasaje de otoño en su vida, pensó mientras se alejaba camino de su cercano piso. 
Por su parte Néstor se la quedó mirando todavía unos segundos antes de darse media vuelta y alejarse en sentido contrario con una ligera sonrisa dibujada en su cara. Fue paseando hacia su apartamento y aprovechó para hacer memoria. Se acordó de lo mucho que la había amado cuando coincidieron años atrás, se acordó también de cómo la vida, esa poderosa movedora de hilos, los había alejado y cómo él se había resignado a perderla sin haber llegado nunca a poseerla;  pensó que todo eso cambiaría , ya no sería así nunca más. La situación era diferente, Patricia era diferente...pero sobre todo él era muy diferente.  Recordaba que tras su etapa de estudiante había probado suerte en varios trabajos sin demasiada fortuna, había pasado por ellos por una necesidad económica y un impulso social, ..era lo que todos esperaban de él. Debido a que nada le satisfacía había intentado proyectos más aventurados como camionero en lejanas rutas y hasta buscador de agua en zonas semidesérticas, hasta que le hablaron de una empresa que buscaba trabajadores para una demolición de una antigua central térmica, estaba bien pagado, le llevaría pocas semanas y supondría un capítulo más en su disipada existencia. No podía suponer que cuando estaban llevando a cabo las labores de desmantelamiento se produjese aquella explosión motivada por la interacción de los equipos eléctricos que portaban y la existencia residual de peligrosos componentes químicos en la zona del reactor. El estallido lo lanzó varios metros e hizo que creyese haber abandonado el mundo de una manera definitiva y sin posibilidad de regreso, lo trasladaron al hospital más cercano con varias erosiones superficiales, algún traumatismo sin importancia pero con la alarmante pérdida de visión en ambos ojos. El médico de urgencia, luego de un detenido chequeo físico concluyó que se trataba, con total seguridad, de una pérdida temporal debido a un traumatismo en la zona frontal que , al parecer , es la que el cerebro tiene asignada para regir el sentido de la vista, después de unos días de reposo y unos anti inflamatorios, todo volvería a la normalidad. Y así sucedió...o al menos eso creyó Néstor cuando comprobó al día siguiente que comenzaba  a vislumbrar sombras y al anochecer ya alcanzaba a distinguir formas y colores. Cierto era que recuperó el sentido de la visión, pero también es verdad que no volvió solo. Cuando se encontraba en el hotel que la compañía tenía asignada para el descanso de los trabajadores se sorprendió al percatarse que cuando quería coger un objeto cercano y al instante de estirar su mano para asirlo...el objeto se le acercaba de manera natural a la mano para ser sujetado. La primera vez llevó un susto que casi se le sale el corazón del pecho, pero poco a poco fue acostumbrándose al inaudito hecho y comenzó a experimentar con el novedoso hallazgo. Observó que podía mover objetos pequeños y que se hallasen cerca de él. En poco tiempo conseguiría hacerlos flotar en el aire e incluso desplazar levemente objetos mucho mayores, del tamaño de personas o superiores si se concentraba mucho. Esto cambió su existencia.  
Decidió utilizar sus recién adquiridas habilidades para mejorar en la vida, con un poco de habilidad conseguía acertar en los juegos de azar, en la ruleta podía conseguir varios plenos hasta que era invitado a abandonar los casinos y así recorrió el país durante un par de años reuniendo una considerable fortuna. Hasta que todo esto también le aburrió, nada le llegaba a complacer plenamente, ni una vida de lujos y caprichos ya que siempre prefirió una vida más sencilla, ni tampoco una colección de hermosas mujeres que se le acercaban debido a  su magnética presencia y solvente economía...cayó en una suerte de espiral deprimente e incluso se llegó a plantear acabar con todo, poner fin a su vida ya que nada  conseguía hacerlo plenamente feliz, entonces se puso a recordar la última vez que había sentido plena felicidad y rápidamente recordó a Patricia. Supo que ella sería su tabla de salvación. Le fue muy sencillo localizarla y la siguió durante un par de días esperando el momento oportuno para abordarla y fingir un casual reencuentro. Cuando vio entrar a aquel individuo en la tienda de comestibles con meridiano aspecto amenazante entendió que era su momento. Le resultó muy fácil hacerle caer cuando quiso atacarle y retenerlo durante los minutos siguientes. Fue el mejor reencuentro que podía haber soñado. Asimismo fue muy fácil mover suavemente la mano de Patricia hasta colocarla encima de la suya de forma que ella creyese que había sido un movimiento involuntario. Y ,para rematar la jugada, conseguir que aquel transeúnte la rozase lo suficiente como para echarla en sus brazos y conseguir un abrazo de despedida. Estaba seguro que la vida le había dado otra oportunidad en aquel accidente ...y no iba a desaprovechar el regalo. Siguió caminando hacia la parada del autobús para volver a su piso, mientras veía a un hombre corriendo para alcanzarlo. Néstor no corrió , estaba seguro que el autobús no se movería de allí mientras él no llegase. 

Para J.P. 

domingo, 12 de mayo de 2013

Estafa botánica


Estafa botánica.

Ya pasaban de las seis de la tarde cuando se sobresaltó al oír el timbre de la puerta; era muy infrecuente recibir visitas y menos a estas horas, pensó. Tras una aproximación a la puerta tan lenta como curiosa, preguntó quién llamaba. Su amiga Teresa contestó al otro lado, por lo que se apresuró a abrirla. Luego de un cálido saludo, se apartó para dejarla entrar y le preguntó el motivo de esta grata aunque inesperada visita; su amiga, mientras se sacudía el abrigo, le contestó que tenía que hacer unos recados en la zona y había pensado darle una sorpresa pasando a visitarla y además trayéndole unas magdalenas caseras, de esas que tanto le gustaban, que había hecho esta misma mañana; mientras esto decía sacaba un recipiente plástico de su bolso que contenía varias de las piezas prometidas y las ponía encima de la mesita. Espera que voy a preparar un té calentito, este abril nos ha salido muy frío, le dijo la anfitriona. Mientras estaba en la cocina removiendo cazos y pucheros se repetía a sí misma la suerte que tenía de poder contar con una amiga como Teresa. Desde que se había quedado sola en el mundo al morir su marido, ella era una de las pocas personas que la visitaba, se ocupaba de hacerle la compra las semanas que sus dolores se lo impedían, jugaban juntas a las cartas y pasaban tardes de charla y risas que la hacían olvidarse de su perenne soledad. Con la tetera humeante regresó al saloncito, se sentó y estuvo departiendo animadamente con su amiga, degustando sus magdalenas y viendo la tele hasta que notó que sus párpados le pesaban enormemente, dejó que el sueño se apoderase de ella.
Teresa vio de reojo como su amiga se dormía y no lo impidió, esperó a que su cabeza se recostase contra la oreja del butacón estilo inglés y comenzó a recoger la mesa. Recogió su taza y su servicio, lo llevó a la cocina y lo lavó dejándolo en la alacena, volvió al salón, guardó las magdalenas sobrantes en el bolso, echó un vistazo a la estancia y pensó que nadie sospecharía cuando la encontrasen. Sus conocimientos de botánica le habían permitido hallar una planta que, bien machacada y mezclada en las magdalenas, no aporta sabor y apenas deja rastro en el organismo, nadie la había visto entrar en el edificio y a esta hora no la verían salir; dejó la televisión encendida y tras un fugaz vistazo cerró despacio la puerta tras de sí. Al día siguiente tenía mucho jaleo: se había citado con el Director de la Sucursal de La Coruña para ingresar el boleto de lotería primitiva que ambas amigas habían ganado, ese dinero, en exclusiva, le garantizaba una cómoda jubilación y el empleado bancario le animó a invertir en unos productos interesantes, “participaciones preferentes” le había llamado..sonaba muy bien pensó mientras apretaba el paso calle abajo.

jueves, 18 de octubre de 2012

Amor a tres bandas.


Amor a tres bandas.
Escuchó un leve tintineo metálico en la puerta y supo de antemano que era ella regresando a casa, como todas las tardes. Sintió una contenida alegría y notó que su respiración se agitaba súbitamente pero trató de esconder su involuntaria reacción. La escuchó entrar y cerrar la puerta tras de si, guardar las llaves en su espacioso bolso de piel y dejarlo en el mueble del hall, mientras colgaba su abrigo en el perchero. Un golpecito con sabor a latón delató que también había llevado un previsor paraguas que ahora depositaba, no sin antes haberlo sacudido. Ella entró en el salón y le saludó cariñosamente pero él apenas hizo gesto alguno, la miró y continuó con su normal actividad a aquellas horas: dormitar en su sofá favorito. Ella taconeó hasta el zapatero donde se enfundó unas cómodas zapatillas que no albergaban ni un gramo de glamour pero parecían muy cómodas; acto seguido fue hasta la habitación, se sentó en el borde de la cama y, con tanta destreza como sutil erotismo, se quitó las medias y el vestido, enfundándose en un vaquero de algodón azul combinado con una divertida camiseta blanca que tenía desde su época en la universidad. Se incorporó y se fue a sentar a su lado en el salón, no sin antes dejar las medias en el cesto de mimbre del baño, se desplomó en gesto exagerado y su mano se quedó a escasos centímetros de él pero sin llegar a rozarlo.
De unos meses a esta parte apenas se rozaban, lejos estaba la primera temporada donde las muestras de cariño eran evidentes, incluso excesivas, propias de las carantoñas que se le hacen a un recién nacido. Él estaba seguro de saber a qué se debía ese enfriamiento: el distanciamiento había coincidido con varias señales inequívocas de que el corazón de Teresa ya no le pertenecía, al menos, no en exclusiva. De un tiempo para acá ella recibía llamadas a deshora que la hacían sonreír cuando descubría el autor, también hacía unas semanas que se arreglaba delante del espejo más de lo que era habitual en ella, incluso comparando varios estilos de ropa antes de decidirse por alguno y en otras ocasiones, mientras estaban de noche viendo alguna película, una sutil vibración procedente de su móvil alertaba sobre la llegada de algún mensaje que no tardaba en leer sin preocuparse de disimularlo, luego le solía obsequiar con una sonrisa y continuaba viendo la televisión sin mayor remordimiento. No hacía falta ser un genio para saber que había otro amor en su vida.
De todos modos su amor por ella era tan enorme que a pesar de saberse relegado a una posición secundaria era consciente de que jamás podría dejar de quererla. No podría olvidar nunca lo primero que le llamó la atención: su franca sonrisa. Era una sonrisa magnética y sincera capaz de iluminar toda una estancia cuando la dejaba asomar entre sus cuidados dientes. Su voz también era muy especial, con una mezcla de cariño y autoridad que la hacía irresistible, Lo desarmaba su risa espontánea o esa costumbre que tenía de colocarse el pelo tras la oreja cuando leía . Sabía que, por muchos años que pasasen o por mucho que se enfriasen las cosas entre ellos, jamás podría dejar de amarla hasta el punto de llegar a poner en peligro su vida para protegerla si fuera necesario. Ella había conseguido llenar su vida de felicidad y atenciones, se había preocupado por él cuando lo necesitó y lo había arropado cuando estuvo enfermo. Habían corrido al unísono por la playa, tumbándose en la arena cuando ella no podía aguantar su ritmo, en esas ocasiones la miraba, en silencio, intentando descifrar sus pensamientos y nunca lo conseguía, a veces bajaban simplemente al parque y paseaban juntos.
Bruscamente se incorporó del sillón mirándolo y se dirigió de nuevo al armario del calzado, sacó unos deportivos blancos que protegían de la lluvia y tomó del perchero un plumífero rojo. El inconfundible repiqueteo metálico de su correa hizo que su oreja izquierda se alzase con vida propia y permaneció atento durante un segundo, hasta que ella le gritó: ¡¡Vamos Byron, es la hora de tu paseo¡¡. Saltó feliz del sillón y esperó discretamente al lado de la puerta a que su ama le pusiese la correa. Definitivamente, jamás podría dejar de quererla.
                                                                                                                                                Para T.D.

viernes, 24 de febrero de 2012

El electricista III (Vázquez Pereira)


La acogida del Comisario Jefe fue todo lo escueta que la situación exigía: una bienvenida educada, llena de buenos deseos, de ofrecimiento de apoyo, de seguridad y confianza en su valía, todo ello condensado en un discurso de apenas treinta segundos. Él sostuvo su mirada mientras le estrechaba la mano y , con desgana, tomó asiento cuando su superior lo hizo en un cómodo sillón del modesto despacho; un cubículo sin ventanas y decorado con varias fotos de señores uniformados y algún que otro título que acreditaba la capacidad del titular del cargo, con un retrato del Rey Juan Carlos, que pedía a gritos una actualización, presidiendo la estancia por encima de un mástil con la bandera nacional. La actitud educada y ceremonial de su superior no indicaba ninguna emoción en particular, aunque estaba seguro que conocía las especiales circunstancias que le habían llevado a solicitar su traslado a la Comisaría Provincial. Una vez acabada la charla habitual en estos casos lo acompañó a su mesa y llegados allí se dirigió a los compañeros que se hallaban visiblemente atareados revisando papeles, consultando su ordenador o en animada charla entre ellos; Escuchad todos, este es vuestro nuevo compañero, Vázquez Pereira, se incorpora al departamento de Análisis de Inteligencia criminal , espero que le prestéis la máxima ayuda, sobre todo ahora, mientras se adapta. Vio que la mesa tenía varios montones de papeles esperando una mano amiga y deseándole suerte se alejó saludando cordialmente a otros compañeros.

La noche era desapacible, llovía con terquedad pero hacía calor. Habían estado en casa de su cuñado hasta después de las doce y la niña se había quedado ya dormida. Su cuñado insistió en que podían quedarse allí y por la mañana regresar a casa, luego de un sueño reparador, pero a él no le entusiasmaba el plan. De siempre prefería su cama para descansar y cuando formó una familia esta manía se acrecentó. Allí estaba en su propio reino, era su territorio y se sentía realmente cómodo. Parecía existir una complicidad implícita en su piso, llevaban siete años compartiéndolo y parecía haberse quedado pequeño con la llegada de Laura, su pequeña estrella, que pronto cumpliría el año y medio. Era increíble como la llegada de su hija le había cambiado la vida, fundamentalmente a nivel de prioridades. Ahora toda su vida se sometía al examen de preguntarse si era compatible con la cría; si quería quedar con alguien siempre tenía que valorar  si podría compaginarlo con su hija o quién se quedaría con ella, incluso a la hora de elegir muebles para casa, colores para las paredes o electrodomésticos que no resultaran peligrosos para los meses venideros cuando se incrementase la movilidad de la pequeña.

Bajo el sofisticado nombre de Análisis de Inteligencia Criminal se ocultaba un departamento que se limitaba a emitir informes sobre individuos con antecedentes criminales que ya habían pagado su deuda con la sociedad por delitos tales como pederastia, banda armada, incluso terrorismo o de “fichados” potencialmente peligrosos que se hallaban de paso en la zona , en otras ocasiones los avisos eran muy genéricos y no se llegaba a localizar la presencia de los individuos en cuestión. El Departamento lo formaban tres miembros que vieron con alivio su llegada ante la cantidad de trabajo acumulado que amenazaba con dejarles sin vacaciones de verano. El día de su incorporación solamente se encontraba allí Núñez, el más veterano y con quien ya había hablado por teléfono antes de decidirse a solicitar la plaza, que una vez desaparecido el Comisario depositó un café en la mesa y se presentó. Le puso al corriente de la rutina del trabajo y del cuadrante de turnos en el que ya figuraba su nombre y lo dejó para que se fuese adaptando a su puesto. No se demoró mucho en dominar los entresijos de su labor, bastante repetitiva y muy alejada de la imagen novelesca de investigación criminal. Al cabo de unos días ya parecía llevar años desarrollando esa función y empezó a curiosear por otros casos atrasados en el grupo de “pendientes”. Sabía que en una comisaría nunca se cerraba un caso sin resolver, cuando la investigación se quedaba sin acciones posibles o las pistas no conducían a una solución viable, pasaban a engrosar el montón de “pendientes” y con el paso de los meses a ser archivados en algún fichero cada vez más lejano y menos consultado. Luego de echarles un vistazo superficial no descubrió, en principio nada que no hubiera visto antes en otras comisarías, no obstante, al verlos con más detenimiento, le llamó la atención un caso del que había oído hablar en los medios nacionales: la desaparición de un menor en un parque. Ya habían pasado varios meses y se había quedado en vía muerta; ni los interrogatorios efectuados a familiares y vecinos ni las habituales investigaciones sobre pederastas fichados arrojó ningún resultado. Ahora había pasado a figurar en esa categoría de olvidados y, salvo la aparición de novedades trascendentales, ahí seguiría. Como en su labor diaria le sobraba tiempo, empezó a sumergirse en ese expediente con fruición, terminando por llevarse una copia a casa para repasar todos los detalles de la investigación y teniendo la esperanza de encontrar algo que se le hubiera pasado a los demás, algún detalle no valorado. No pasó nada de eso. Todo se había llevado bien y aún así no había señales del chaval, parecía que se lo hubiera tragado la tierra.

Belén, su mujer se recostó en el asiento del copiloto tras asegurar a su hija en la silla portabebés, le miró con cara de cansancio y le repitió que igual hubiera sido mejor plan haberse quedado ya que había sitio de sobras, aun sabiendo que la decisión ya estaba tomada de antemano. Él no le contestó, arrancó el coche y se puso a tararear la canción romántica que suave sonaba en el coche, antes que ella bajase más el volumen y acabara por apagar el reproductor, haciendo un gesto hacia la pequeña que dormía plácidamente. Apenas le quedaban un par de kilómetros para llegar a casa, cuando entrando en una curva vio unas luces que se abalanzaban sobre ellos, apenas tuvo tiempo de dar un brusco volantazo que no fue suficiente para evitar el brutal impacto. El estruendo metálico fue inmediato y una punzada dolorosa en su frente le acarició durante el segundo antes de perder el conocimiento. Se despertó tres días después en una habitación blanca y azul sin ventanas, notando que alguien le cogía la mano y le hablaba aunque sin saber qué le intentaban decir.

Cuando ya estaba por darse por vencido en el caso de la desaparición del menor, se le ocurrió que podría contrastar los datos de los fichados por delitos sexuales que se encontrasen en la ciudad en el momento de la desaparición; cualquiera que tuviera algún antecedente similar o incluso que hubiera sido denunciado por abuso o acoso sexual. Podría centrarse en ellos y ver si esa estrategia lo conducía a algún lado, no podría haber más de quince o veinte. Esa línea de investigación no se siguió con verdadero interés ya que la mayoría de pesquisas se enfocaron al entorno familiar del chiquillo por orden del Inspector encargado del caso que vio en un familiar enemistado y con carácter violento al posible responsable, aunque esa sospecha no se plasmó en resultados palpables. Tras la pesada labor de enfrentar los datos manualmente, llegó a la conclusión que tenía tres posibles candidatos: todos tenían antecedentes de tipo sexual, residían en la ciudad en la fecha de la desaparición y parecían no haber seguido ninguna clase de terapia para su rehabilitación. Los dos primeros fueron descartados cuando comprobó que ya se les había investigado y tenían coartadas sólidas, pero le llamó poderosamente la atención que el tercero no había sido investigado. Que fuera menor cuando lo había cometido sin duda había ayudado a que no se le tuviera en cuenta ya que la ley ordena que no se contabilicen los delitos cometidos antes de la edad adulta en los expedientes. Pero a él le parecía un punto de partida y se puso a estudiar al sujeto. Se trataba de un hombre joven, vivía solo, tenía ingresos regulares y un horario flexible. Realmente cuanto más lo valoraba más creía que podía encajar en el perfil que estaba buscando. Lo empezó a seguir durante varios días sin descubrir rutinas sospechosas por lo que se decidió a echar un vistazo en su casa aprovechando alguna de las numerosas ausencias del individuo en cuestión.

Le costó un buen rato entender que había pasado varios días en estado de coma inducido a pesar de las pacientes explicaciones del médico pero tardó menos en presentir lo que le había sucedido a su esposa y a su pequeña. La mirada de su madre cuando entró en la habitación y cómo le temblaban las manos lo alarmó. La alarma se convirtió en seguridad cuando preguntó abiertamente a su cuñado y éste, tras titubear un segundo, respondió con un tópico. Su mundo se derrumbó, notó al instante que un velo cubría sus ojos y una cuchilla interminable le desgarraba el pecho, se sintió caer mientras permanecía tumbado y en ese instante quiso morir, mejor dicho, le parecía estúpido seguir viviendo, seguir en solitario. Sabía que su vida nunca podría rehacerse, le arrebataron lo que tenía y todo lo que podría llegar a tener; nunca vería crecer a su hija, no podría volver a abrazarla, a mirarla entre sus brazos cuando se quedaba dormida con expresión de plena confianza y seguridad mientras besaba sus párpados. Sus ojos se inundaban al pensarlo y se sentía tan culpable mientras los porqués se le amontonaban en la casilla de salida a sabiendas que no tendría nunca la oportunidad de preguntarlos. Lo habían derrotado. Su corta convalecencia solamente le sirvió para comprobar que debía cambiar de aires, todo le recordaba a su pasado y así era imposible rehacerse. Su trabajo le supuso un salvavidas al que aferrarse para seguir respirando y para levantarse de cama todas las mañanas. Decidió pedir el traslado y ver si la vida le permitía recuperar el aliento o si , en verdad, su existencia había acabado en aquella carretera junto con los únicos amores de su vida.

Cuando vio marchar al sospechoso esperó unos minutos y cruzó el pequeño portal que cumplía una función más estética que defensiva. Un rápido vistazo al exterior y encontró una ventana que no estaba herméticamente cerrada, circunstancia que aprovechó para colarse en la vivienda. Recorrió con precaución la casa, no por temor a un encuentro no deseado, sino más bien por no alterar en nada el escenario y dejar todo inalterado si las sospechas no fructificaban. No encontró nada en los pisos superiores por lo que descendió al sótano. Allí la cosa cambió: se encontró una zona de herramientas, adhesivos, planchas de madera cortadas y demás utensilios para bricolaje, y una puerta con un candado. Su pulso se aceleró, golpeó suavemente la puerta con un nudillo esforzándose por captar alguna respuesta pero no consiguió oír nada; un vistazo a la mesa de trabajo le mostró un llavero colgado de una alcayata junto a la lavadora, lo alcanzó y se dispuso a probar suerte con el candado. A la primera acertó con la llave, descolgó el candado y empujó la puerta. Quedó un instante en silencio pero no alcanzó a percibir ningún sonido por lo que avanzó entre la penumbra reinante. Descubrió una puerta de una habitación y la abrió. Lo que allí descubrió le sorprendió: una cama perfectamente hecha, un taburete …y nada más. Sin duda había llegado demasiado pronto o demasiado tarde a la guarida del monstruo, se dijo. Dejando todo como lo había encontrado, volvió a cerrar el candado y a dejar el llavero en su sitio, al lado de un montón de ropa sucia donde destacaba el uniforme de Correos y se deslizó fuera de la casa con sensaciones contradictorias.

lunes, 13 de febrero de 2012

El Electricista ( Episodio II )


Escuchó el estruendo que hacía la puerta de acceso a su cárcel al cerrarla su captor y se quedó en silencio; oía al otro niño que seguía gimoteando, había tratado de hablarle, de tranquilizarle, pero solamente tras largos ratos de charla había conseguido que se calmase momentáneamente para volver a caer en un desconsolado llanto minutos más tarde. Lo habían traído hace ocho días y la primera noche no había emitido sonido alguno, por lo que había llegado a pensar que el alboroto hecho por su carcelero en la habitación contigua se trataba de algún movimiento de mobiliario u otra actividad desconocida para él. Pero los gritos del crío llamando a su madre lo habían despertado a la mañana siguiente y comprendió que debió de llegar dormido o quizá drogado. Trató de hablarle, buscando encontrar un aliado para salir de aquella situación, pero el vecino forzoso era demasiado joven para poder ayudarle y pasaba el tiempo entre sollozos o entregado al sueño, parecía que no se fiaba de la voz infantil que le llegaba del cuarto cercano y no solía contestarle o cuando rara vez lo hacía, no siempre parecía coherente así que en un par de días desistió de su empeño por sumarle a la causa y se limitó a tranquilizarlo; incluso perdió la esperanza de que le informase sobre el exterior, si sabía algo de su desaparición o si lo buscaban, o si sus padres habían hecho carteles con su foto, no pudo enterarse que su caso había sido rabiosa actualidad durante los primeros dos meses y ahora había caído en un injusto olvido al no tener nuevas líneas de investigación y una vez que las pesquisas e interrogatorios realizados no habían arrojado ninguna luz sobre su paradero. El empuje de nuevos acontecimientos había ido quitándole protagonismo a su caso hasta dejarlo como una noticia recurrente conforme iban cumpliéndose plazos desde su desaparición. Los medios más amarillistas, en su afán por atraer audiencia a costa de sacrificar principios éticos, habían llegado a consultar con una médium de sobrada popularidad y discutible acierto sobre su paradero y sobre la implicación de su familia en la desaparición. La pitonisa, tras una parafernalia ridícula, emitió entre sonidos guturales el resultado obtenido de  su conexión con un ente poderoso que le desveló infinidad de detalles genéricos y que no aportaban absolutamente nada nuevo al caso y también otra serie de insinuaciones lo suficientemente vagas para no poder ser llevada ante los tribunales por difamación y que en el futuro se podrían interpretar como aciertos sea cual fuere el desenlace del caso. No, no tenía forma de saber todo esto y sustentaba sus esperanzas en una inquebrantable fe en sus padres y en pensar que no lo dejarían caer en el olvido y seguirían buscándolo.
 Había pasado los primeros días envuelto en un pánico atroz que lo paralizaba y que no le dejaba ni dormir ni apenas comer; el tiempo parecía haberse detenido y solamente tenía noción del mismo por la claridad que arrojaba un pequeño tragaluz cubierto por una malla en la parte superior de su habitación y su aplastante soledad era disipada únicamente por la visita de su captor, que le solía hablar con una inquietante amabilidad y cercanía, como buscando su amistad. Al segundo día comprobó que esa amabilidad podía tornarse en violencia si no acataba sus órdenes, la lección le costó una bofetada sonora y dolorosa que lo dejó bloqueado durante varios minutos y un zumbido en el oído izquierdo de idéntica duración. El hombre que lo retenía solía ser silencioso y sumamente cuidadoso, tenía costumbres que no alcanzaba a entender: una noche, al poco de llegar a su lugar de cautiverio, se había despertado sobresaltado por un ruido sordo pero cercano y un escalofrío intenso recorrió toda su espalda cuando descubrió qué lo producía: en la penumbra, su secuestrador estaba sentado en el taburete de la estancia con la cabeza entre sus manos emitiendo unos gemidos lastimeros y apenas audibles con la mirada fija en el chiquillo. Este inquietante comportamiento duró lo que le parecieron unos quince minutos, luego se puso en pie, se limpió con el dorso de la mano las lágrimas y tan silenciosamente como había llegado se marchó. Él ya no pudo dormir esa noche.
Con el paso de los días intentó encontrar algún medio de salir de allí, pero no pudo planear nada con un mínimo de posibilidades de éxito. El hombre siempre cerraba la puerta tras de sí cuando bajaba a visitarlo guardándose la llave en su bolsillo, esto lo llevó a dirigir sus miradas al tragaluz. Estaba muy alto y le costaría trabajo incluso comprobar la  firmeza de la malla metálica, pero no se le ocurrió ninguna opción mejor. Se dispuso a intentarlo al día siguiente cuando el hombre se fuera tras traerles el desayuno; lo escuchaba arrancar el coche e irse casi todas las mañanas y normalmente tardaba varias horas en regresar. La rutina se cumplió y a la mañana, tras la visita de rigor, escuchó cómo arrancaba el coche y se ponía en marcha; no perdió más tiempo, movió con mucho esfuerzo su catre hasta que quedó bajo el pequeño ventanuco y colocó el taburete encima del colchón, a continuación y haciendo un ejercicio de equilibrismo, fue incorporándose desde ahí y comprobó que alcanzaba con sus manos la tupida red metálica. Pudo ver que por fuera había un cristal con una esquina rota y le dio un vuelco al corazón. Se propuso despegar la malla y luego intentar subirse al pequeño alféizar. Desconocía que ambas tareas le resultarían imposibles a un niño de su edad y estatura, y menos en sus condiciones actuales. Dedicó un buen rato, pero consiguió despegar unos quince centímetros de malla tras varios períodos de trabajo y descanso ya que no aguantaba mucho tiempo en aquella postura. Estaba realmente excitado con los progresos que estaba obteniendo y parecía que por fin alguna esperanza podía albergar en su triste situación. Sabía que debía apurarse, ignoraba qué pasaría cuando el hombre volviese y se encontrase la malla suelta pero entendía que no sería nada bueno. No sería agradable, no, se repetía entre dientes mientras hurgaba con fuerza en las grapas metálicas que lentamente se iban soltando de su reborde. En esas estaba cuando escuchó el sonido de la puerta metálica de la entrada a la finca al abrirse lo dejó mudo y casi helado. Intentó ponerse de puntillas para ver qué ocurría fuera, pero como pasaban los minutos y no alcanzaba a vislumbrar ningún cambio decidió jugársela y se puso a gritar pidiendo auxilio. Tras más de media docena de gritos escuchó el inconfundible rumor de pasos acercarse a la ventana de su celda. Se trataba del cartero del barrio, que acercaba su cara de asombro al cristal roto, confundido e intrigado por el alboroto que de allí salía. El crío alcanzó a decir a gritos: Soy Jaime Jiménez García, soy Jaime Jiménez García…sáqueme de aquí, por favor, señor, soy Jaime Jiménez García. Era un grito lastimero que hizo que el funcionario diese un respingo hacia atrás, entre asustado y sorprendido. Tras unos segundos reaccionó y trató de tranquilizar al pequeño: está bien muchacho, no tengas miedo, le dijo.
Oyó como sus pasos se alejaban mientras cogía el teléfono móvil de su bolsillo, sintió sus fuerzas fallarle, se bajó del taburete, sentándose en su camastro no pudo evitar que  los ojos se le inundaron de lágrimas. Ya no pudo oír como su salvador se identificaba cuando le contestaron a su llamada ni como pronunciaba las frases siguientes: Vente para tu casa rápido; el mayor ha roto la malla y está dando gritos, menos mal que he pasado a devolverte las herramientas. Aquí te espero.

viernes, 3 de febrero de 2012

El Electricista ( Episodio I )

 Llevaba más de cuarenta minutos en aquella casa y no le transmitía buenas vibraciones. La casa reclamaba varias manos de pintura desde hacía al menos tres años y algunos arreglos exteriores eran evidentemente necesarios; casi parecía una casa abandonada o que se hubiera convertido en refugio de ocupas, los últimos años había habido algún caso en el barrio y eso tenía preocupados a los vecinos, algunos responsabilizaban a los ocupas del aumento de la delincuencia y la inseguridad que ahora se palpaba en unas calles otrora tranquilas y familiares. En alguna reunión vecinal reciente habían incluso surgido propuestas de patrulla urbana y similares, que él no había apoyado pero tampoco se había postulado en contra, creía que debía apoyar siempre lo que la comunidad demandaba y ayudar en lo que pudiera. Un robo en la zona, la presencia de extraños merodeando o la desaparición de algún niño eran  hechos que habían ido en aumento los últimos meses y todos debían estar atentos, se había dicho en las reuniones. En cambio al llegar lo había recibido una amable señora que rondaría los cuarenta años y que llevaba una preciosa niña morena de unos cuatro en sus brazos. Le explicó que le habían llamado para revisar la instalación eléctrica de la entrada de la vivienda y obtener un presupuesto del coste de su reparación. Un primer vistazo le indicó que seguramente tendrían alguna llave rota y esto le hacia contacto, lo que provocaba que saltase el limitador y cortase el servicio para toda la casa, por lo que habían optado por tener esa fase desconectada. Se lo comunicó a la propietaria y le vaticinó un coste moderado por lo que ella aceptó el trabajo. Era cuestión de ir comprobando paso a paso, sin prisa, pensaba mientras inconscientemente tarareaba una canción que sonaba en la radio mientras venía hacia aquí; ese era realmente el secreto de su oficio: comprobación y seguridad, seguridad y comprobación . La electricidad era una herramienta muy poderosa y una gran aliada, pero también podía ser mortal, cualquier profesional del gremio tendría alguna historia trágica que sostuviese esa máxima, así que procuraba no tener nunca prisa cuando trabajaba, si una encarga no se podía acabar en una mañana , se seguía por la tarde, y si se veía que por la noche no daría rematado, pues se dejaba todo bien asegurado y se continuaba a la mañana siguiente. Los últimos meses estaba un poco sobrepasado por el trabajo y estaba valorando contratar a algún ayudante para poder atender todo los encargos que le iban surgiendo, a raíz de la crisis la gente optaba por intentar arreglar viejos sistemas de calefacción o de aire acondicionado en lugar de comprarse unos nuevos. Así que tenía su pequeño almacén casero desbordado de calderas y calefactores que debía revisar, limpiar y reparar antes de volverlas a colocar en su ubicación original. Otras veces atendía llamadas como la que le ocupaba ahora de pequeñas averías domésticas, siempre que fuesen en su barrio ya que podía desplazarse cómodamente de paso que hacía alguna compra para casa y el concepto por desplazamiento no engordaba la factura en demasía. Concentrado como se hallaba en su tarea tardó un rato en percatarse de la presencia de alguien que lo observaba calladamente, se trataba de la cría que había visto al llegar que apoyada sobre el marco de la puerta de la cocina lo estudiaba curiosa. Era una preciosidad, pensó. Le calculó unos cinco años y la saludó con una mano enguantada, lo que hizo que la chiquilla se escondiese pudorosamente. Le gustaban los niños, aunque los prefería de una edad un poco mayor, se dijo, cuando ya te entienden y te pueden contar sus cosas, como los míos, a esa edad son perfectos. Desde que, tras una larga agonía, había muerto su madre, con la que se hallaba muy unido desde siempre, solamente el trato con los chavales le había otorgado un poco de paz y de esperanza; pensaba que sin ellos su vida sería un interminable infierno de soledad. Reanudó su tarea de inmediato para poder acabar lo antes posible, aunque nunca lo hacía en menos de una hora para que los dueños no pusieran pegas a sus honorarios, sabía que si lo hacía muy rápido no le darían valor a su trabajo, y si tardaba en exceso sembraría desconfianza en su seriedad, gajes de los trabajos en presencia del cliente. Al acabar de solucionar la avería y de recoger con una pequeña escoba y un recogedor que llevaba en su cajita de herramientas, llamó a la señora que estaba viendo la tele en la cocina con su hija, que agarraba una muñeca de trapo con fuerza, en el regazo. Le dio la nota y le explicó someramente el trabajo realizado, la señora no protestó el importe y cogiendo un monedero le alargó unos billetes esperando pacientemente su cambio. Se despidió guiñándole un ojo a la niña de ojos enormes y salió de la casa entrando en su furgoneta.

Llegó a casa con las bolsas de la compra y las dejó encima de la mesa, traía dos pizzas congeladas para la cena de esa noche y también unos yogures de fresa que le gustarían a los niños. Luego de guardar todo en la cocina bajó al sótano donde sabía que los encontraría. Saludó primero al mayor, Jaime, que le devolvió el saludo con una mirada indiferente, “estos críos, ya se sabe “ pensó mientras sonaba una música suave en sus oídos. Comprobó que todo estaba en orden y se fue a buscar al segundo, su favorito. Hola Andrés le dijo, cómo te encuentras, se interesó. El niño levantó la vista, alzando también una mano para resguardarse de la luz que entraba por la puerta abierta y que deslumbraba debido a la penumbra de la estancia. Le pareció que temblaba un poco y comprobó que la temperatura del lugar era la correcta y que la calefacción funcionaba. Te encuentras mejor, inquirió de nuevo. El crío rompió a llorar y entre sollozos llamaba a su madre. No se lo tomó como un desprecio, llevaba poco tiempo separado de ella y es normal que la echase de menos; ya se le pasará, pensó. Hoy tenemos pizza para la cena, ya verás como eso te anima, le dijo. La noticia no pareció causar el efecto esperado en el crío que continuó entre sollozos mientras él se alejaba por el pasillo.

Jaime, el mayor, tenía casi once años y siempre había sido un niño reservado pero curioso, moderadamente obediente y tozudamente independiente; a pesar de las advertencias de su padre sobre la peligrosidad de ciertos hábitos seguía yendo a jugar al viejo parque donde no tenía que esperar turno para subirse a los columpios, algunas veces otros niños también se acercaban allí, aunque la mayoría de las ocasiones pasaba varias horas en completa soledad disfrutando de su fértil fantasía. Cuando, hace ya tres meses, aquel vecino le llamó desde su vehículo por su propio nombre preguntándole por su padre y le indicó que se acercase, no dudó. Esta confianza fue lo último que recuerda antes que fuera empujado violentamente dentro de la furgoneta de la pequeña empresa de electricidad, a partir de ese instante un miedo inmenso le acompaña y la esperanza que todo esto acabe pronto y pueda volver a ver a su familia.

 Cuando el electricista cerró la puerta que separaba la parte de la casa destinada a los niños con el candado que colgaba de su alcayata, constató que dejaba de oír los sordos sollozos al subir el volumen del hilo musical y  se subió a preparar la cena tarareando la canción que se le había metido en la cabeza.