viernes, 23 de diciembre de 2011

La avería

La avería
Hacía calor en la ciudad, mucho calor;  todavía avanzaba junio en su primera mitad pero el asfalto lanzaba bocanadas de calor a los sufridos viandantes que cruzaban por su negro recorrido; le recordaba a uno de esos veranos de antaño cuando la gente buscaba cobijo en la acera menos castigada por el sol y se paraba a refrescarse en las fuentes, cuando los abanicos no eran infrecuentes en los parques o plazas y los chiquillos corrían con pantalón corto ajenos a todo peligro, cuando los hombres se cobijaban en el bar, tomándose una caña de cerveza o un vermouth con olivas y las mujeres, en su laboriosa rutina hogareña, aprovechaban el final de la jornada para juntarse en el patio de vecindad con un botijo o incluso con una jarra de moscatel. Recordaba estos momentos lejanos como fotos de un álbum y alguna vez se sorprendía dudando de si realmente lo había vivido en su niñez , si todo era fruto de su desbordante imaginación o lo había visto en alguna película sobre la posguerra. Ahora ya todas las casas tenían frigorífico y lavadora, las tareas del hogar eran mucho más llevaderas y quedaba tiempo para escuchar alguna radionovela o acercarse a casa de alguna vecina y ponerse al día de las novedades del barrio. Estábamos ahora en una época de cambios políticos sin precedentes. A ella todo esto, lejos de provocarle esperanza, le daba un poco de miedo. Cada día se comía con noticias sobre atentados terroristas, sobre manifestaciones de obreros o sobre rumores de intentonas de militares de recuperar el mando perdido y volver a poner la situación “comoDiosmanda”. Llevaba puesto un delantal de flores sobre una falda negra que le llegaba hasta sus rodillas, bajo las que unas medias de nylon le marcaban la carne, y una camisa que había conocido tiempos mejores. Estaba sirviéndose un vaso de gaseosa fría cuando sonó el timbre de la puerta y se apresuró a acudir. Un operario vestido con una funda de trabajo azul semiabierta bajo la que se veía una camiseta interior preguntó: “Marisa Torres”?, “sí, aquí es” dijo ella dejándole pasar. El individuo entró con actitud curiosa, buscando, seguramente, el motivo por el que había sido requerido. “pase por aquí; es el fregadero, como le dije por teléfono”. Le condujo a la cocina y se apartó para que el operario pudiera inspeccionar a gusto. Éste abrió la cortinilla que había bajo el fregadero y apartó unos cuantos botes de productos de limpieza del hogar que allí tenían su escondrijo, ella  se arrodilló a su lado para ayudarle y notó como la mirada del hombre se dirigía sin apenas disimulo a su escote. Le produjo esto una mezcla de pudor y de otra sensación que no pudo definir en ese momento…y se abotonó disimuladamente el penúltimo botón que la canícula había empujado a desabotonar. El hombre se percató y apartó la vista hacia reclamos más profesionales y, sacando de su metálica caja una llave inglesa, dio unos toquecitos en el codo que se formaba en el desagüe. Se giró hacia la mujer, lanzándole de nuevo una mirada intensa e inquirió:“¿dónde está la llave de paso?”, ella hizo un gesto con la cabeza hacia un lateral del mueble de formica que recorría la pared. Se  puso en pie e inspeccionó la llave, volviéndose de nuevo hacia ella, pero esta vez  la situación era distinta, ya que ella continuaba apartando los numerosos botes y menaje de cocina que se habían ido acumulando en este rincón y él, desde arriba, parecía inspeccionarla a ella. Ella se levantó, quizás al notar su descarado examen, quedándose ambos a escasos centímetros durante un segundo. Bajó la vista, como avergonzada, y trató de apartarse pero él la sujetó, la atrajo hacia sí e intentó besarla. Se  resistió y logró que su propósito fracasase, al menos durante los primeros instantes, pero era una batalla perdida, los labios del hombre encontraron su objetivo y ,con fuerza, se unieron a los de la mujer que emitió un leve gritito al saberse derrotada. La atrajo con fuerza hacia sí y ella notó, bajo la funda de trabajo, su evidente excitación segundos antes de ser empujada hacia la mesa de la cocina que crujió con el envite, estaba despejada y simplemente se movió unos centímetros al recibir los cuerpos que se tumbaban sobre ella. El hombre, a la vez que la sujetaba con un brazo le desabrochaba la camisa y buscaba besarla en los labios y en el cuello; ella se resistía como podía, pataleando inútilmente y tratando de empujarlo con el brazo que tenía libre, aunque sus esfuerzos eran en vano. Consiguió el hombre levantarle la falda y, con una maña que hacía suponer que no era la primera vez que se encontraba en situación parecida, bajarse sus pantalones hasta las rodillas. Un enganchón a sus bragas le concedió una facilidad inesperada para llevarlas hasta donde no tenían ya utilidad, con lo que su pene se encontraba liberado para profanar la intimidad femenina. Mientras, con sus manos le arrancó su sostén, a lo que ella respondió intentando torpemente tapar sus pechos de la vista y del contacto que, casi convulsivamente, él llevaba a cabo. En ese baldío esfuerzo estaba cuando notó como el miembro, cual ariete,  se le acercaba y a renglón seguido entraba en ella, se quedó paralizada y sin saber qué hacer o cómo reaccionar. A partir de ahí todo fue muy rápido: el hombre tras unos movimientos frenéticos y unos roncos gemidos, empezó a tensarse como un arco y a temblar. Notó que ya había alcanzado el orgasmo, le miró a la cara y vio como tenía dificultad para respirar .Estaba enrojecido del esfuerzo y la excitación. Dio el asaltante un paso atrás, saliendo de ella y sujetándose con una mano al borde de la mesa para no sufrir un traspiés, mientras ella quedaba tumbada sobre la mesa con una mezcla de confusión y sofoco. Mientras se subía los calzones le dirigió una sonriente mirada, entre agradecida y temerosa y se dirigió a la puerta de la cocina. Ella, en ese momento, apoyándose sobre sus codos lo contempló y le espetó: “Juan, a ver si no me rompes más braguitas que no ganamos para ellas ... y si vas a bajar, súbete un cuartillo de vino para la cena”

El colapso

El colapso.

Notaba sus manos sudorosas y pensaba que le vendría bien poder beber algo, agua, no sé.. algo que le suavizase la garganta y le quitase esa sequedad de la boca. Se repetía una y otra vez que aquello era parte de su trabajo y que simplemente tenía que cumplir con su deber. Cuando había entrado en la empresa, tras un complicado sistema de selección y varias entrevistas, ésta había sido una de las posibilidades que le habían expuesto y lo había entendido y aceptado. Sabía que asumía una gran responsabilidad y no le asustaba. Pero claro, esto era nueve meses atrás, cuando todo eso era una remota posibilidad en un cuestionario y no conocía a nadie en la empresa. Ahora sabía que con sus acciones podrían perder la vida más de una docena de operarios que conocía, algunos incluso apreciaba debido al roce diario. Jugueteaba con el boli entre sus dedos y no dejaba de mirar el piloto rojo que tenía enfrente y del que dependían sus acciones siguientes. El manual era claro al respecto: Tras empezar a sonar la alarma había recibido la llamada de su superior indicándole que era un código rojo; y ya simplemente le quedaba por recibir la  confirmación del sistema de seguridad informático para tener que actuar, maldita informática, con razón no le gustaba nada. Bajo el piloto rojo había una llave incrustada en su cerradura en la posición “OFF”, si se producía el aviso informático tendría que llevarla hasta la ranura de “ON” y sabría que esto conllevaría dejar a los compañeros encerrados, pero a su vez, se repetía de manera casi inconsciente, que esto podría salvar millones de vidas de inocentes ciudadanos ajenos a lo que esta mañana ocurría en la central nuclear. El manual era muy claro “..en caso de colapso del núcleo, una vez hechas las oportunas comprobaciones, se deberá proceder al sellado de la sala de reactores y a desalojar las instalaciones de la manera más rápida posible...”, y ahora se había producido, ese colapso..¿qué coño sería un colapso? pensó…,recordó e incluso culpó a su esposa por insistirle en presentarse para este trabajo, que estaba bien pagado y que no tenía riesgo y que el vecino de su madre llevaba ocho años en la central y jamás ocurría nada…¿y ahora? Ahora era él el que tenía que hacer que catorce compañeros quedasen encerrados y expuestos a unos niveles de radiación para los que sus trajes de protección no servían de nada. El mensaje del ordenador le sorprendió, y a pesar de estar atento, le sobresaltó. Lo miró dos veces para cerciorarse que sus peores presagios se habían cumplido. Giró la llave intentando no pensar y le sorprendió la facilidad con la que ésta se dejaba arrastrar hasta su fatídica posición. Se había levantado inconscientemente y no dejaba de mirar la pantalla del ordenador que tenía enfrente, esperando ver qué reacción producía su movimiento. Realmente no se produjo ningún cambio reseñable y recogió su maletín para salir corriendo hacia la salida de emergencia, situada a unos treinta metros por un pasillo en línea recta, cuando llegó a esta y la abrió pudo salir al exterior, donde se encontraba reunida la mayor parte de la plantilla. En principio temió mirar a los ojos a sus compañeros, se sentía el culpable de todo lo que estaba ocurriendo, él le había negado la posibilidad de salvación a catorce compañeros y sabía que los demás lo sabían.  Empezó entonces a buscar con su mirada algún rostro amable, alguien que le explicase con detalle qué demonios había ocurrido. Una mano en su hombro le hizo girar y Adolfo, su compañero de sección , le comentó: “esta vez ha tardado más de lo habitual, en el e-mail de aviso decían a las diez en punto y ya son casi ymedia, en otros simulacros ni salimos todos fuera, nos quedamos en el hall hasta que el supervisor nos avisó…¡¡uff, vaya frío que hace, no? ¡¡”

domingo, 11 de diciembre de 2011

La venda

La venda
Debía levantarse, ya sería tardísimo y tenía tanto por hacer…,la casa estaba revuelta y había mucho que limpiar todavía…hizo un débil esfuerzo por incorporarse pero no consiguió apenas moverse, “me quedaré un ratito más así” se dijo. Hoy tenían cena, vendrían unos amigos a casa, un matrimonio joven. Él era compañero de su marido en la consultoría y ella su joven esposa; parece ser que hacía unos meses que había empezado a trabajar en su departamento, debido a los cambios operados últimamente en la firma, “redistribución de recursos” repetía su marido, y en seguida había hecho muy buenas migas con Isidro. Aún le quedaban un millón de cosas por hacer, tenía que programarse bien para que todo fuese perfecto: la pata de cordero esperaba en el frigorífico, la cita pedida en la peluquería y habría que maquillarse y arreglarse un poco ya que iba hecha un desastre; pero necesitaba que lo de esta noche saliera bien, hacía algún tiempo que Isidro no traía nadie a casa y ella creía que estaría bien, por variar, tener a alguien con quien hablar de cosas de chicas. Antes hablaba muy a menudo con su hermana Ángela y tomaban café juntas, ahora hacía tres meses que apenas cruzaba palabra, habían discutido y ya todo se reducía a varias frases de protocolo cuando se cruzaron en un par de ocasiones por compromisos familiares. Cuando lo pensaba le daba mucha pena aquella situación, ella la quería a rabiar y la había cuidado como a una hija. En su juventud la vida había sido muy injusta con ella, pues le arrebató de un golpe a su madre, tras una penosa enfermedad, y  su adolescencia, empujándola a cuidadora de tres hermanos menores que no daban precisamente facilidades sino bastante trabajo y requerían mucha atención para procurar minimizar sus trastadas. En su época de colegios, tampoco había destacado por ser una excepcional estudiante, más bien iba pasando cursos sin pena ni gloria. La pérdida de su madre, le ahorró el dilema de qué hacer con su vida o qué carrera estudiar. Su padre decidió por ella: ayudaría en la tienda de telas de su tía y cuidaría a sus hermanos, necesitaban el dinero en casa y los chiquillos no podrían valerse solos. Ella no protestó, tampoco le parecía mal, en el fondo se había sentido aliviada de saber qué iba a hacer los próximos años. Así transcurrió su vida mientras sus hermanos iban creciendo y aprendiendo a valerse por sí mismos, convirtiéndose en unos jóvenes estupendos y cariñosos.
Unos años después, conoció a Isidro, en seguida se enamoró locamente de él, era un chico muy guapo y además tenía como un halo, un aura especial  que lo hacía ser escuchado y respetado por todos los que le rodeaban; Le pareció inalcanzable para sus posibilidades y supuso que el acercamiento que había hecho aquella noche en la fiesta de cumpleaños en casa de Ana, su amiga, se debía a algún tipo de broma y que no escondía ninguna intención ulterior. O a lo sumo un intento por su parte de conseguir sexo con una joven atractiva a la que no conocía de antes y no tenía intención de seguir conociendo después. A ella esta posibilidad no le resultaba desagradable, pero dada su natural timidez tampoco lo demostraría. Así que se sorprendió bastante cuando tras varios bailes, alguna risa y un ofrecimiento de llevarla a casa, se encontró realmente ante su portal, con dos besos de despedida en la mejilla y la frase “ya nos veremos” resonando en sus oídos. Hasta en eso era Isidro especial, no había intentado sobrepasarse ni lo más mínimo. Tendría muchos defectos, pero era todo un caballero. Así que cuando dos días después sonó su teléfono invitándola al cine, sabía que la cosa iría en serio. Tanto que la llevaría a casarse unos meses después, de blanco y con todos los complementos que exige la tradición y las expectativas de familiares y vecinos. Fueron los años más felices de su vida, Isidro era un cielo de hombre, tan atento y cariñoso que parecía el producto de un cuento de hadas. Él progresaba en su trabajo y ella tenía, al fin, tiempo para sí misma. Solamente había una cosa que cambiaría de él, cuando bebía en exceso se volvía muy pesado y acostumbraba a levantar la voz. Parece que perdiera todo su encanto y se transformase en otra persona; por suerte esto ocurría en muy contadas ocasiones. Precisamente fue en una ocasión en la que su hermana Ángela había venido a cenar a casa e Isidro había bebido, cuando comenzó el distanciamiento con su hermana. Él había sido generoso con el licor y su hermana también había bebido alguna copa de más, así que la discusión estaba garantizada. Ella intentó mediar, pero lo único que consiguió fue que Ángela creyera que defendía a su marido, marchándose enfadada y que Isidro se fuera alterando cada vez más. No había manera de calmarlo y cada razón que ella daba para tranquilizarlo se convertía en un arma que él volvía en su contra; comenzó por reprocharle que ya apenas se arreglaba para él, que iba y venía por la casa como una sombra y que pareciera que no le importaba ya gustar a su marido. Trató de defenderse alegando que era muy tarde, que estaban cansados y que había tenido mucho trabajo estos días arreglando la habitación pequeña, esa estancia que ella siempre había aguardado que fuese para el primer hijo que tuvieran, lo había imaginado en su cunita rodeado de  peluches y de artilugios colgados de una lámpara llamando la atención del pequeño, pero pronto vio que Isidro no era partícipe de ese plan, no le gustaban los niños, eran demasiado ruidosos y difíciles de controlar, prefería tener mascota, le había comentado en una ocasión. Ahora, ella misma, estaba pintándola y redecorándola de nuevo como un pequeño despacho que también podía hacer la función de sala de música, pero estas explicaciones sobre su falta de tiempo a Isidro tampoco convencieron. Entonces optó por ignorarlo y comenzó a recoger la mesa, él la agarró por la muñeca con fuerza haciéndole daño, ella intentó zafarse lo que no consiguió, y su tirón se resolvió con una bofetada de su marido que la sorprendió tanto como la asustó. Aquello fue un punto de inflexión en su relación, ya nunca podría quitarse esa desagradable sensación de la cabeza cuando lo veía alterado y él por su parte parecía que se transformaba cuando estaban a solas y notaba su distanciamiento. Ella suponía que se culpaba a sí mismo, pero lo cierto era que se había vuelto más reservado y huraño. Al volver a encontrarse con  su hermana y contarle lo sucedido, Ángela había insistido en que Isidro necesitaba ayuda profesional, que veía que tenía tendencias violentas e incluso llegó a predecir que terminaría agrediéndola seriamente. Esto era más de lo que podía soportar y terminaron enfadadas. No entendía que su hermana pudiera juzgar tan a la ligera a su marido sin apenas conocerle o al menos no como ella le conocía. Una cosa era tener un momento de debilidad, digamos, y otra bien distinta pensar en una agresión física. Además si tenía que soportar alguna palabra malsonante o algún feo gesto por su parte lo haría de buena gana, al fin y al cabo él había hecho mucho por ella y no era cuestión de ponernos ahora exquisitos; un matrimonio tiene que estar a las duras y a las maduras. Esta discusión con su hermana fue la última vez que ambas hablaron con confianza. Su rutina se había vuelto más solitaria y apenas cambiaba unas frases vacías con su marido. Se alegró cuando él la avisó que tendrían visitas a cenar, que procurase arreglarse un poco y que la casa estuviera en perfecto estado. Lo soltó sin rastro de emoción, como una orden militar. Ella asintió para dar a entender que había comprendido el mensaje y que estaba de acuerdo aunque daría igual si no lo estaba. Se ocupó el día anterior de comprar lo necesario para preparar la comida más alguna otra compra que tenía pendiente.
El sueño parecía vencerla de nuevo y también descubría un fuerte dolor de cabeza que amenazaba con estropearle el día. Realmente no era de extrañar que tuviera sueño, esa noche apenas había dormido. Se tocó un costado que le dolía, pero no le dio más importancia. La noche anterior Isidro había regresado de nuevo tarde y parecía malhumorado, había estado bebiendo. No quiso apenas probar bocado y se sirvió una generosa ración de licor delante del televisor. Ella se fue para cama esperando que él se acostase también, pero no lo hizo. Preocupada se levantó en la madrugada y vio que se había quedado dormido en el sofá con la botella vacía a sus pies. Le ayudó a levantarse y a irse para la habitación entre sus protestas. Lo sentó en el borde de la cama lo descalzó y tiró de sus pantalones hasta quitárselos, “crees que no sé lo que está pasando” le escuchó decir mientras lo hacía. Cuando se incorporó para llevarle la cabeza hasta la almohada le sorprendió el puñetazo en medio de su abdomen. El insulto que lo acompañaba llegó medio segundo después; el golpe la lanzó contra la cómoda, haciendo caer los retratos de boda que desde allí los contemplaban. Luego, se desplomó en el suelo, Isidro la levantó con facilidad, le dedicó un nuevo insulto, cogió un abrecartas de plata del juego que la tía Marta les había regalado y se lo clavó en el costado, notó como entraba en ella hasta  en tres ocasiones. Se desplomó encima de la cama mientras él recogía sus zapatos y se iba del cuarto.
Debía levantarse, ya sería tardísimo y tenía tanto que hacer…escuchó una música familiar y le pareció reconocer la voz de su madre llamándola a lo lejos, como cuando la atendía en su enfermedad. Estaba cansada y le costaba tanto respirar que se dejó vencer para siempre por el sueño.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Magia potagia

En un rincón se encontraba el mago, sentado sobre una caja con material eléctrico y rodeado de infinidad de cachivaches: sacos terreros para el uso de la tramoya, baúles rebosando ropajes raídos de funciones ya olvidadas, focos estropeados en su mayoría o apartados por haber quedado obsoletos, pilas de cortinones viejos que se utilizaban para reparar el telón o que algún artista  apañaba para un número tras un minucioso lavado de cara…, la poca luz reinante no impedía adivinar que su gesto era de preocupación. Se hallaba ensimismado con la cabeza apoyada en sus manos y sus codos en sus rodillas, sin importarle demasiado que los demás componentes de la troupe le vieran en una pose tan distinta a su porte habitual, tampoco las circunstancias eran las habituales. Su nombre artístico era El Gran Letheff, un nombre que no significaba nada pero que le había gustado como sonaba cuando decidió cambiarse el que había llevado los primeros años de oficio, El increíble Rodrigo, pero un personaje de radionovela con querencia a los amoríos prohibidos  con el mismo nombre le había restado credibilidad y optó por rebautizarse. Su verdadero nombre solamente lo conocían media docena de íntimos y restringía su uso a hoteles y aeropuertos, lugares donde un pase de manos y su voz profunda no libraba a uno de identificarse como Dios manda. Aunque la mayoría de los hoteles donde se alojaba no eran lujosos, ni mucho menos, prefería llegar con la documentación por delante para evitarse algún tropiezo con las autoridades locales, algún percance que pudiera poner en riesgo su habitual rutina de trabajo o de ensayos. Era muy meticuloso en la organización de su tiempo, eso le ayudaba a mantener una disciplina que le ahorraba gastos inútiles o despistes que en su oficio pudieran resultar fatales. Realmente le encantaba lo que hacía, desde niño había sentido una fascinación por el ilusionismo y los juegos de manos. En la actualidad su mundillo había cambiado tanto que apenas podía reconocerlo; seguía manteniendo mucho de su espíritu, claro está, pero se habían ido colando nuevos elementos y  moderna tecnología hasta el punto que algunos compañeros parecían más una mezcla de químicos y técnicos de luz que verdaderos magos. Él también había evolucionado, era imprescindible en el negocio, pero mantenía la esencia. Veía la magia como una colección de premisas incorrectas, de presunción de datos, de presentación de hechos inciertos y  de artilugios trucados al servicio del profesional y de su pericia. Todo ello aderezado con el conocimiento de la iluminación adecuada así como del conocimiento cada vez más exhaustivo del cerebro humano y de sus capacidades de percepción, para lograr encontrar nuevas formas de engaño. El mago no engaña al ojo, engaña al cerebro y cuenta con un aliado poderoso: el ansia del público por descubrir el truco lo vuelve predecible. Había utilizado distintas disciplinas en sus espectáculos: juegos con cartas y monedas, cajas de espejos, transposición de dados , varitas con flores o animales, cajones trucados… siempre en función del tamaño del recinto donde se pudiera representar y la distancia y colocación del público. Desde hacía unos años no variaba su número de forma sustancial, solamente añadía algunos retoques para contentar a los parroquianos e incluso tenía algún truco en falsa improvisación que solía gustar mucho. Desde hacía tres años que su número estrella era “la guillotina mortal”, era éste un truco que exigía concentración y capacidad teatral, tanto de él como de su ayudante, no era de máxima dificultad realmente aunque sí de mucha espectacularidad. Comenzó a prepararlo cuando pudo encargar a un maestro ebanista la construcción del artilugio siguiendo sus indicaciones y un esquema explicativo que llevaba desde hacía años en su maleta aguardando la decisión y el dinero necesario. Consistía en introducir a su ayudante en una caja de madera sobre la que caía una guillotina situada a metro y medio, con un aspecto aterrador y un brillo metálico que congelaba la sonrisa. El número era bastante sencillo: su ayudante se tumbaba en la caja y tras acomodarse dejaba ver sus pies por el fondo de la misma, luego la hoja descendía violentamente y la ayudante seguía moviendo sus pies y sonriendo con exagerada alegría mientras parecía estar partida por la barrera metálica; el truco, claro está, residía en otra ayudante escondida en el doble fondo de la caja, que cuando él presionaba un pasador oculto a la vista del público, sacaba sus pies por el fondo y permitía que la “titular” se encogiese en el espacio que le restaba desde la almohada hasta donde caía la hoja, quedando a salvo del impacto. Para hacerlo tenían que tener una buena coordinación ya que se hacían varios amagos y las ayudantes debían esperar una señal suya para dar el “cambiazo” y que los espectadores comprobasen hasta el último momento que la “víctima” no tenía escapatoria ni la caja truco. Era la guinda de su actuación y el prólogo consistía en unos juegos de manos con sombrero y palomas o conejos, según la compañía tuviese a bien proporcionarle, aunque él prefería los conejos ya que las palomas eran más nerviosas y su aleteo podía deslucir el show. Hacía dos meses que le acompañaba una nueva ayudante, Sonia,  que había sustituido a Nerea, su anterior ayudante y que llevaba con él desde sus inicios. Nerea le había advertido unos meses atrás su intención de dejar el negocio ya que quería casarse y sentar la cabeza. No dejaba de tener gracia la expresión de “sentar la cabeza” en una antigua contorsionista que lo podía hacer literalmente cuando le viniera en gana. Llevaba más de un año de noviazgo serio con Arturo, el pianista que solía amenizar los entreactos, proporcionaba banda sonora a las fiestas y acompañaba al cantante de turno que acostumbraba tener la compañía; el hombre estaba dispuesto a retirarla de la actividad teatral y ponerla a cuidar niños a poco que se descuidase y parece que a ella no le disgustaba la idea o quizá ya estaba harta de andar dando tumbos de ciudad en ciudad y de teatro en teatro. Alguna que otra vez imaginó que Nerea sentía por él algo más que un afectuoso cariño profesional, pero jamás se atrevió a comprobar si sus sospechas eran ciertas y tampoco ella había dado pasos en esa dirección, al menos no tan claros para que él se percatase. Y no se trataba de que no fuese una mujer atractiva, que lo era y mucho con su larga melena negra y su bonita figura, o que a él no le atrajesen las mujeres, sino que se regía por unas normas generales de conducta, entre las que estaban no beber ni gota de alcohol antes de la función, no meterse nunca en peleas, no cantar por aquello de cuidar su tono de voz y …no tener amoríos con compañeras de profesión. El cumplimiento de esta norma hacía que sus posibilidades se redujesen al personal de los hoteles que visitaba y alguna camarera de algún bar de los que frecuentaban al finalizar la jornada, pero él lo asumía como parte del sacrificio que requería el oficio, casi como un monje del ilusionismo, le gustaba pensar. Nunca había sufrido ningún percance digno de mención y los pequeños tropiezos que hubieran podido ocurrir se disimulaban con un guiño, una broma fácil o una disculpa de la ayudante. Hasta hoy. Se acababa de marchar el Inspector Martínez de la policía, que le había estado tomando declaración. “No salga de la ciudad sin avisarnos” le había advertido. Y, aunque su rostro hierático impedía sacar muchas conclusiones, parecía satisfecho con las pesquisas realizadas y las pruebas obtenidas. Había tomado nota de lo que el mago le había contado,  también había escrito los pareceres de varios miembros de la compañía  y del testimonio de la segunda ayudante. De su asistente titular, de  Sonia, no podría nadie obtener ya ninguna palabra más. El Inspector había comprobado como el mecanismo secreto de la caja donde realizaba su truco estrella, el pasador que impedía que la hoja dañase a su ayudante se encontraba en mal estado y probablemente a causa del óxido y una mala conservación se había roto, no permitiendo el rápido escape de la chica y causando la tragedia. A pesar de la rápida evacuación al hospital, era evidente que ya nada se podría hacer y el fatal desenlace se confirmó en apenas media hora. Ahora solamente le restaba recoger sus cosas con calma y volverse al hotel, al día siguiente no habría función y seguro que los policías requerirían su presencia para los formalismos propios del caso. La “guillotina mortal” , que al fin había cumplido su amenaza, debía quedarse allí y solamente fue recogiendo el material más ligero y ajeno a ese número. Recogió las varas y cajas que solía trasladar al teatro siempre y  también sus deslumbrantes trajes negros con camisas blancas muy almidonadas…precisamente de una de ellas se cayó un trozo de papel que se apresuró a recoger en un gesto instintivo. La nota decía : “O anuncias ya la fecha de la boda o anunciaré yo que me has engañado y abusado de mí, no volverás a trabajar nunca, no quiero subir a un altar con la barriga hinchada . Sabes que lo haré. Sonia”. Mientras encendía una cerilla y le prendía fuego, una sutil e inquietante sonrisa se le dibujó en el rostro.

Secretos


Esa tarde regresaba del colegio ausente, apenas se fijaba en los demás viandantes que se iban cruzando a su paso; habían ocurrido muchas cosas en pocas horas y todavía las estaba asimilando. Había acudido resuelto al colegio habiéndose comprometido con Pedro, su mejor amigo de siempre, en proporcionarle una coartada sobre la acusación que le habían hecho. Había salvado a su amigo de un castigo seguro, incluso de la expulsión del Centro; todo por un hecho acaecido esa mañana cuando una compañera de clase, Laura, había sufrido un balonazo en toda su linda carita y había empezado a sangrar como un zombi de película con una bandada de niñas asustadas y curiosas a su alrededor; fractura de huesos propios había dicho el bedel a la tarde, nada que una pequeña operación no volviese a poner en su sitio y si le quedaba una pequeña cicatriz, seguro que la haría más interesante. Habían acusado a Pedro porque era su balón y era conocida la mala relación entre ambos. Verdaderamente él no se encontraba con Pedro cuando ocurrieron los hechos, pero tenía que cubrirle las espaldas, no sería buen amigo si no lo hiciera, se decía convencido. Tenía que contarlo bien, sin fisuras..al fin y a la postre la cosa no era para tanto y sabía también que Pedro era incapaz de semejante acción. Ahora rememoraba la entrevista en el despacho del Director y le parecía que había sonado convincente y que todo había pasado ya, quedaría para siempre como un secreto entre ambos, algo que reforzaría aún más su amistad; Pensaba en qué le iba a contar a su madre, en si aquello le iba a hacerse ganar una buena bronca de su parte o si incluso su padre llegaría a darle algún pescozón, o si por el contrario le castigarían sin Internet o sin consola durante un tiempo. Tan ensimismado iba que no se percató que hacía unos metros que alguien caminaba a su lado, hasta que le saludó tímidamente..era Lola, una compañera de clase a la que todos trataban con desprecio por ser gordita y tener unas gafas propias de un maestro cristalero, que estaba secretamente enamorada de él y le ponía ojitos cuando creía que nadie la veía. Ella salía de sus clases de apoyo y le chocó verlo regresando del cole a esas horas, le había estado siguiendo unos pasos y al fin encontró una buena excusa para abordarlo: le preguntaría a quién le tiró el balón de Pedro esa mañana con aquella fuerza y rabia desde la ventana del aula.

La última cena

Había hecho un aparte antes de comenzar la cena de Pascua, dada su naturaleza celestial conocía la trascendencia del convite o mejor dicho, de las consecuencias que se derivarían del mismo. Él no era una persona más, Él era el Hijo de Dios..bueno no era exactamente hijo sino más bien parte de un Todo Celestial. Era la voluntad de Dios hecha hombre y enviada a la tierra para el perdón de los pecados de los hombres. Se conocía de carrerilla esos títulos que había escuchado infinidad de veces y ahora , por fin, estaba cerca de poder celebrar una  reunión con sus discípulos y sentar las bases de la misión que sus seguidores podrán empezar a realizar una vez que Él se haya ido, misión que esperaba cambiase al mundo e hiciese reflexionar a los hombres. Junto al Padre habían elegido la festividad de la Pascua judía por ser uno de los días más sagrados y que más gente acudía a Jerusalén, esto daría mucha más repercusión a su muerte. Había elegido también el lugar, un cenáculo discreto y limpio, cerca del huerto de los olivos donde habían estado orando en otras ocasiones. Un bonito paraje donde pasar sus últimas horas en la Tierra, se dijo. Poseía dones inimaginables, había sido capaz de curar enfermos e incluso de resucitar algún difunto, había hecho aparecer comida y bebida para una multitud en el desierto y poseía el don de la oratoria con el que congregaba a cientos de personas para escucharle. Verdaderamente todo estaba saliendo como lo habían planeado con el Padre. Poseía el don de conocer el interior de las personas mirándolas a los ojos e incluso su futuro inmediato. Así pudo ver como podría llevar a cabo la cena y explicarles a sus seguidores más cercanos que debían repartirse por el mundo y anunciar la buena nueva. Que Él había venido a morir por los pecados de los hombres y así hacer que el Padre los perdonase y pudieran vivir en paz para toda la eternidad. Entró a la sala donde se había dispuesto la mesa y pudo ver a Santiago y Juan enfrente de  Pedro y Andrés en cordial intercambio de pareceres sobre sus tiempos de pescadores, recordando las buenas tardes de pesca en el mar de Galilea; pudo ver claramente al acercarse al primero de ellos los hechos que después tendrían lugar y supo que podría anunciar durante el transcurso de la cena que uno de los presentes lo negaría hasta en tres ocasiones para salvar su vida. También vio a Felipe y a Tomás escuchando a Judas Tadeo y se acercó a la mesa para que todos se aproximasen y pudiera dar comienzo la cena de Pascua. Un dolor hiriente le recorrió el pecho cuando sus ojos se cruzaron con los de Judas Iscariote, uno de sus favoritos, y vio la infamia que había planeado. Sabía que sería uno de ellos, pero nunca hubiera sospechado que se trataba de él. Bajó la vista, procurando aparentar sosiego y se aprestó a comenzar con la ceremonia de agradecimiento al Señor por los alimentos. Al finalizar la cena estaba realmente contento, todo había salido como había previsto y sus enseñanzas habían sido reveladas. Él moriría al día siguiente pero comenzaría una edad de oro para el hombre en la tierra. Lo de menos sería su padecimiento, al contrario, haría que su sacrificio tuviese más reconocimiento y valoración. Bajó a orar al huerto de Getsemaní acompañado de Juan, Santiago el Mayor y de Pedro, intuyendo que allí tendría lugar su apresamiento. No transcurrió demasiado tiempo, que ocupó en rezos y buenos deseos, cuando escuchó a lo lejos acercarse a la tropa romana dirigida por las indicaciones de Judas. Ya estaba hecho. Los soldados se apresuraron a agarrarlo como temiendo una huida y uno de ellos lo reconoció, con lo que le ataron las manos y el jefe de la expedición se le acercó y le dijo:”así que tú eres el Hijo de Dios, de poco te ha servido” con un tono entre pregunta y sorpresa. Acaso se esperaba algún hecho portentoso o una resistencia demoníaca, pobre infeliz. Le miró a los ojos y le contestó : “Yo, soy el Hijo de Dios que ha venido a libraros del pecado” , en el momento que pronunció esas palabras alcanzó a ver en la mirada del soldado lo que acontecería a continuación, no ya en las próximas horas sino en los próximos siglos. Alcanzó a distinguir cómo se constituirían las primeras comunidades de seguidores y como muy despacio irían ganando adeptos, pero también escalando en la pirámide de poder y corrupción. Este mismo proceso iría descomponiendo el origen de su mensaje y acabaría por corromperlo en pocos años. Pudo ver el asalto al poder del Imperio Romano de sus mal llamados seguidores, de la implantación de una élite religiosa que manejaría en la sombra los hilos del poder y llevaría al pueblo a más sufrimiento invocando esta vez su nombre y su mensaje, pero quitándole todo su significado y usándolo como herramienta del poder establecido. Vio esta situación alargándose durante siglos y más siglos…y empezó a sospechar que el papel que le había tocado representar y el supuesto protagonismo que El Padre le había anunciado , no era tal. Ahora El Padre no tendría sombra en el cielo y él sería adorado como un crucificado en la tierra, su imagen sería usada para someter  y castigar a cientos de millones de personas cuyo único delito sería desconocerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y supo que su sacrificio era vano, lloraba ..pero no por Él sino por los hombres.