viernes, 7 de febrero de 2014

El sentimiento infinito.
El índice derecho recorrió la palma de su mano suavemente mientras se resistía a mirarlo, sabía que ya era hora de separarse pero le dolía hacerlo; mientras  no levantase la vista podría retenerlo a  su lado, al menos, unos instantes más; finalmente y con una disimulada mueca de desagrado alzó su ojos hacia el rostro del joven que estaba sentado con ella en la terraza apenas rozada por unos ineficaces rayos del sol de enero. Eran los únicos usuarios de ese lugar, y no era nada extraño debido a lo desapacible del día, la gente pasaba con prisa y apretándose con fuerza las prendas de abrigo, aunque ellos parecían disfrutar de toda la eternidad para contemplarse. Tenía la extraña sensación de conocerlo desde siempre a pesar de que apenas hacía unas horas que se habían cruzado por primera vez, supongo que les pasa a todos los enamorados, se dijo sonriendo y su mente voló al momento que  se fijó en él por primera vez: en medio de una multitud que caminaba como protesta ante un nuevo intento de la clase política local de hacer negocio con los servicios básicos de los ciudadanos; le llamó la atención su inusual manera de caminar y la ausencia del imprescindible paraguas en la lluviosa tarde que sufrían. La lluvia resbalaba por su rostro impasible y su expresión era más curiosa que atraída cuando sus miradas coincidieron. Caminaron juntos unos pasos, en silencio, y nuevamente sus cabezas giraron al unísono para contemplar al otro. Una sonrisa brotó involuntaria del rostro de Lucía y fue contestada de igual manera, lo que inició un esbozo de saludo y un intercambio de datos básicos, típicos de situaciones similares a ésta. Se sorprendió a sí misma embobada por la presencia masculina, sintiéndose tan atraída como había leído en aquellas novelas que cuando adolescente devoraba con fruición; no solamente su rostro la cautivaba, también su voz le pareció extraordinaria, gruesa, con carácter y personalidad… además era un hombre discreto, no le gustaban los hombres que parloteaban sin parar intentando impresionarla con sus vivencias, sus opiniones o sus posesiones. Parecía conjugar  perfectamente ese matiz de indiferencia y atracción que tanto enamora a algunas mujeres. Y aunque no parecía recién duchado sí que desprendía un intenso y varonil aroma. Le gustaban a Lucía los hombres que sabían cuidarse y que olían bien.
Tras la marcha multitudinaria continuaron caminando lentamente, en un paseo donde ella compartió gran parte de su vida y sus ideas  mientras él se mantenía en un plano secundario y apenas aportó datos personales. Confesó  el hombre llevar poco tiempo en la ciudad y que no tenía trabajo, su aspecto parecía confirmar la ausencia de grandes recursos económicos ya que vestía de modo sencillo y no exhibía joyas ni reloj. Tampoco anillo, se dijo ella con un puntito de gozo. Dijo llamarse Santiago y desconocer por cuánto tiempo permanecería en la ciudad. Terminado el paseo hasta el apartamento de Lucía, se despidieron delante del portal con un sencillo roce de manos y la promesa de encontrarse allí mismo al día siguiente.  
Al otro día, cuando Lucía salió de su portal se lo encontró apoyado en una de las columnas de piedra que formaban los soportales que decoraban la calle al tiempo que ofrecían el cobijo tan necesario en estas húmedas latitudes. Lo saludó alegre y él devolvió la sonrisa con unos ojos que derramaban ilusión. Fue un día inolvidable para ambos donde caminaron y conversaron, pero sobre todas las cosas, se miraron; se miraron como solamente lo hace la gente enamorada, una mirada donde Lucía se percató de la inmensa belleza de su acompañante, una mirada donde ella creyó descubrir  un infinito de estrellas poblando sus pupilas, una mezcla de eternidad y tristeza que la hizo temblar. Al notar su estremecimiento, él apretó con fuerza sus manos frías y ella se inclinó para besarle, lo que sorprendió inicialmente al muchacho. Fue el pistoletazo de salida para una sucesión de besos dulces e inocentes, como dados entre niños que descubren el amor por primera vez. Esa tarde llegaba a su fin y ella odiaba tener que irse a recoger a su hermana a la estación de tren, pero así se había comprometido y no podía ahora faltar a su palabra. Se levantó, se reclinó sobre el rostro de Santiago para besarle y se sorprendió al oír de su propia voz un “te quiero” por encima de una hermosa canción cubana que provenía del local; luego se alejó apurada, y casi avergonzada, entre los viandantes.
Santiago la contempló mientras desaparecía calle abajo quedándose sentado y pensativo; sabía que estaba experimentando sensaciones desconocidas, que la situación lo superaba pero…no podía dejar de sentir que su corazón latía más deprisa cerca de Lucía y que su respiración se agitaba sin más motivo que la cercanía de la hermosa joven. Apuró el vaso de agua que había pedido y se alejó de aquel lugar. Caminó largo rato alejándose de la zona más turística de la antigua ciudad hasta llegar a una valla de madera que protegía un solar donde las obras antaño comenzadas hacía tiempo habían sido suspendidas. Se coló dentro por un agujero de la valla y se adentró en la parcela, donde descansaban dos grandes contenedores metálicos idénticos al pie del esqueleto inacabado de la construcción. Entró en el contenedor que estaba más limpio cerrando la puerta tras de sí. Lo que ocurrió a continuación es muy complicado de relatar y de ser entendido desde una óptica humana, pero intentaré que quede claro.
Una vez dentro del “contenedor” Santiago comenzó a recuperar su forma biológica primaria, una forma de vida basada en dos gases primigenios que no se encuentran en esta parte de la Vía Láctea. Tienen estos gases unas propiedades excepcionales de resistencia y capacidad de almacenamiento eléctrico, lo que le permite adoptar formas diversas y diferentes tamaños.  Pueden asimismo modificar su densidad lo que facilita las cosas a la hora de sujetar objetos y de establecer contacto con seres cuya estructura esté basada en el carbono o en el silicio. Su manera de expresarse suele ser mediante una especie de melodías que brotan de forma natural de su cuerpo según sea el sentimiento que quieran compartir. Faltándome tiempo para una explicación más extensa y conocimientos para una más clara, diré que “Santiago” podía haberse presentado con la apariencia que hubiese deseado, tanto de animal, humano u objeto inanimado.
Cuando su módulo aterrizó tan suave como silenciosamente a las afueras de la ciudad y una vez mimetizada con su entorno  copiando la estructura metálica más cercana, procedió sho**123^^ (este era su verdadero nombre) a estudiar los datos acumulados sobre el planeta. Variedades de vida, apariencia de los pobladores dominantes,  formas de comunicación local y una vez se hubo familiarizado con todo ello en un grado razonable, procedió a escanear la zona buscando un individuo al que copiar su apariencia. Dado lo intempestivo de la hora y la acritud del clima gallego, esperó durante un buen rato en vano. Así que volvió a escanear la zona y optó por copiar la apariencia de un bello espécimen que semidesnudo desde una valla publicitaria prometía cambios muy positivos al que utilizase un perfume que sostenía en sus manos. Comprobó que los medios radiofónicos locales transmitían consejos y diversión y adaptó sus sonidos a la voz que le pareció más respetada. Completada la mutación procedió a salir de su cubículo, aunque le costaba bastante desplazarse con este sistema bípedo rudimentario que utilizaba en el planeta la especie dominante, se dijo que al cabo de unas horas iría afinando la técnica y así se lanzó a las calles a investigar y recoger información para su informe rutinario. Lo primero que le llamó la atención fue un cartel informativo cercano a su zona de aterrizaje: Santiago de Compostela.
Había establecido contacto con varios seres que lo observaban extrañados al verle caminar de forma extraña y por ropaje únicamente unos pantalones de pinzas. Para sho**123^^, acostumbrado a padecer temperaturas extremas, no suponía esfuerzo alguno aquella desnudez pero entendió que no era lo más adecuado para una correcta labor de exploración discreta. Le resultó sencillo apropiarse de los ropajes que una figura con forma humana vestía detrás de un cristal transparente y así, más seguro de pasar desapercibido, continuó su labor de exploración. No le parecieron muy interesantes los humanos con sus hábitos extraños, sus necesidades de alimento y descanso diario y unos sistemas de organización política donde había individuos y colectivos por encima de sus iguales, aprovechándose de su esfuerzo y consiguiendo mejores servicios y más brillantes pertenencias. Todo ello en un sistema con un frágil equilibrio social y un ritmo suicida de destrucción del entorno natural. Nada le había cautivado realmente hasta que en aquella muestra de desencanto colectivo observó una forma de vida que lo miraba, sintió curiosidad y se acercó a ella cautamente. Cuando sus miradas se cruzaron de nuevo sintió el profundo estremecimiento de todos los componentes de su anatomía. Nunca había notado ese tipo de respuesta ni creía estar preparado para tal situación. Apenas pudo articular varias frases con sentido y cuando ella, tras un encantador paseo,  se refugió en su vivienda, él no pudo más que quedarse quieto durante horas enfrente de su portal, esperando que volviese a aparecer. La jornada que siguió fue el episodio más maravilloso que había experimentado en su existencia. Notó, con claridad, la cercanía del alma de otro ser, un hermanamiento con su esencia, con sus deseos y anhelos, con sus miedos y flaquezas. Fue consciente en ese momento que esas sensaciones eran propias de la estructura física que había adoptado y que no podría vivirlas con su forma original. El tiempo se le pasó con engañosa rapidez  y regresó a su módulo. Sabía que el plazo de la misión expiraba y que debía volver con los suyos. Había más mundos por visitar, más consejos que transmitir y más informes que elaborar.

De regreso, envió con celeridad el informe preliminar donde recomendó claramente no invadir el planeta, aguardar un plazo de otros cien ciclos terrestres y volver a evaluar la zona; él mismo se ofrecía como voluntario para la futura exploración. Comenzó las maniobras para que el módulo estuviese en condiciones de regresar a la nave que le esperaba detrás de uno de los planetas de aquel sistema solar y reparó en lo que sentiría Lucía cuando él no se presentase,  al no volver a verle jamás. Notó su tristeza,  pudo sentir su desconsuelo y la sensación inequívoca de haber sido engañada. Y no podía hacer nada para remediar esto. Él se marcharía, quizá para siempre, ella se quedaría de nuevo sola. Lo pensó y mientras alzaba el vuelo de forma invisible para los ojos humanos notó como unas gotas de agua salada brotaban de sus ojos de forma incomprensible haciendo sonar los acordes de Ojalá de Silvio Rodríguez.