viernes, 3 de febrero de 2012

El Electricista ( Episodio I )

 Llevaba más de cuarenta minutos en aquella casa y no le transmitía buenas vibraciones. La casa reclamaba varias manos de pintura desde hacía al menos tres años y algunos arreglos exteriores eran evidentemente necesarios; casi parecía una casa abandonada o que se hubiera convertido en refugio de ocupas, los últimos años había habido algún caso en el barrio y eso tenía preocupados a los vecinos, algunos responsabilizaban a los ocupas del aumento de la delincuencia y la inseguridad que ahora se palpaba en unas calles otrora tranquilas y familiares. En alguna reunión vecinal reciente habían incluso surgido propuestas de patrulla urbana y similares, que él no había apoyado pero tampoco se había postulado en contra, creía que debía apoyar siempre lo que la comunidad demandaba y ayudar en lo que pudiera. Un robo en la zona, la presencia de extraños merodeando o la desaparición de algún niño eran  hechos que habían ido en aumento los últimos meses y todos debían estar atentos, se había dicho en las reuniones. En cambio al llegar lo había recibido una amable señora que rondaría los cuarenta años y que llevaba una preciosa niña morena de unos cuatro en sus brazos. Le explicó que le habían llamado para revisar la instalación eléctrica de la entrada de la vivienda y obtener un presupuesto del coste de su reparación. Un primer vistazo le indicó que seguramente tendrían alguna llave rota y esto le hacia contacto, lo que provocaba que saltase el limitador y cortase el servicio para toda la casa, por lo que habían optado por tener esa fase desconectada. Se lo comunicó a la propietaria y le vaticinó un coste moderado por lo que ella aceptó el trabajo. Era cuestión de ir comprobando paso a paso, sin prisa, pensaba mientras inconscientemente tarareaba una canción que sonaba en la radio mientras venía hacia aquí; ese era realmente el secreto de su oficio: comprobación y seguridad, seguridad y comprobación . La electricidad era una herramienta muy poderosa y una gran aliada, pero también podía ser mortal, cualquier profesional del gremio tendría alguna historia trágica que sostuviese esa máxima, así que procuraba no tener nunca prisa cuando trabajaba, si una encarga no se podía acabar en una mañana , se seguía por la tarde, y si se veía que por la noche no daría rematado, pues se dejaba todo bien asegurado y se continuaba a la mañana siguiente. Los últimos meses estaba un poco sobrepasado por el trabajo y estaba valorando contratar a algún ayudante para poder atender todo los encargos que le iban surgiendo, a raíz de la crisis la gente optaba por intentar arreglar viejos sistemas de calefacción o de aire acondicionado en lugar de comprarse unos nuevos. Así que tenía su pequeño almacén casero desbordado de calderas y calefactores que debía revisar, limpiar y reparar antes de volverlas a colocar en su ubicación original. Otras veces atendía llamadas como la que le ocupaba ahora de pequeñas averías domésticas, siempre que fuesen en su barrio ya que podía desplazarse cómodamente de paso que hacía alguna compra para casa y el concepto por desplazamiento no engordaba la factura en demasía. Concentrado como se hallaba en su tarea tardó un rato en percatarse de la presencia de alguien que lo observaba calladamente, se trataba de la cría que había visto al llegar que apoyada sobre el marco de la puerta de la cocina lo estudiaba curiosa. Era una preciosidad, pensó. Le calculó unos cinco años y la saludó con una mano enguantada, lo que hizo que la chiquilla se escondiese pudorosamente. Le gustaban los niños, aunque los prefería de una edad un poco mayor, se dijo, cuando ya te entienden y te pueden contar sus cosas, como los míos, a esa edad son perfectos. Desde que, tras una larga agonía, había muerto su madre, con la que se hallaba muy unido desde siempre, solamente el trato con los chavales le había otorgado un poco de paz y de esperanza; pensaba que sin ellos su vida sería un interminable infierno de soledad. Reanudó su tarea de inmediato para poder acabar lo antes posible, aunque nunca lo hacía en menos de una hora para que los dueños no pusieran pegas a sus honorarios, sabía que si lo hacía muy rápido no le darían valor a su trabajo, y si tardaba en exceso sembraría desconfianza en su seriedad, gajes de los trabajos en presencia del cliente. Al acabar de solucionar la avería y de recoger con una pequeña escoba y un recogedor que llevaba en su cajita de herramientas, llamó a la señora que estaba viendo la tele en la cocina con su hija, que agarraba una muñeca de trapo con fuerza, en el regazo. Le dio la nota y le explicó someramente el trabajo realizado, la señora no protestó el importe y cogiendo un monedero le alargó unos billetes esperando pacientemente su cambio. Se despidió guiñándole un ojo a la niña de ojos enormes y salió de la casa entrando en su furgoneta.

Llegó a casa con las bolsas de la compra y las dejó encima de la mesa, traía dos pizzas congeladas para la cena de esa noche y también unos yogures de fresa que le gustarían a los niños. Luego de guardar todo en la cocina bajó al sótano donde sabía que los encontraría. Saludó primero al mayor, Jaime, que le devolvió el saludo con una mirada indiferente, “estos críos, ya se sabe “ pensó mientras sonaba una música suave en sus oídos. Comprobó que todo estaba en orden y se fue a buscar al segundo, su favorito. Hola Andrés le dijo, cómo te encuentras, se interesó. El niño levantó la vista, alzando también una mano para resguardarse de la luz que entraba por la puerta abierta y que deslumbraba debido a la penumbra de la estancia. Le pareció que temblaba un poco y comprobó que la temperatura del lugar era la correcta y que la calefacción funcionaba. Te encuentras mejor, inquirió de nuevo. El crío rompió a llorar y entre sollozos llamaba a su madre. No se lo tomó como un desprecio, llevaba poco tiempo separado de ella y es normal que la echase de menos; ya se le pasará, pensó. Hoy tenemos pizza para la cena, ya verás como eso te anima, le dijo. La noticia no pareció causar el efecto esperado en el crío que continuó entre sollozos mientras él se alejaba por el pasillo.

Jaime, el mayor, tenía casi once años y siempre había sido un niño reservado pero curioso, moderadamente obediente y tozudamente independiente; a pesar de las advertencias de su padre sobre la peligrosidad de ciertos hábitos seguía yendo a jugar al viejo parque donde no tenía que esperar turno para subirse a los columpios, algunas veces otros niños también se acercaban allí, aunque la mayoría de las ocasiones pasaba varias horas en completa soledad disfrutando de su fértil fantasía. Cuando, hace ya tres meses, aquel vecino le llamó desde su vehículo por su propio nombre preguntándole por su padre y le indicó que se acercase, no dudó. Esta confianza fue lo último que recuerda antes que fuera empujado violentamente dentro de la furgoneta de la pequeña empresa de electricidad, a partir de ese instante un miedo inmenso le acompaña y la esperanza que todo esto acabe pronto y pueda volver a ver a su familia.

 Cuando el electricista cerró la puerta que separaba la parte de la casa destinada a los niños con el candado que colgaba de su alcayata, constató que dejaba de oír los sordos sollozos al subir el volumen del hilo musical y  se subió a preparar la cena tarareando la canción que se le había metido en la cabeza.

1 comentario:

  1. Leído el primer capítulo y dado que la novela no sea lo mío te digo que:
    Sabes exponer en el papel lo que imaginas y lo que piensas, la historia atrae al menos a mi, me he tragado el capítulo entero sin pestañear me ha gustado mucho y más con una buena música de fondo y has hecho que por un ratito olvide mis problemas cotidianos.
    Me lo pondré como mi lectura obligada ya que no me desagrada, te felicito Ramiro, de vez en cuando hay que desconectar del fútbol.
    Esta noche me leeré el segundo y opinaré.
    Un abrazo crack.

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